CAÍDA DE UNA ANATOMÍA

Lo primero que aparece es una pelotita que cae por los escalones de una cabaña de madera. La protagonista, Sandra (Sandra Hüller) es una escritora alemana casada con un francés con el que vive en una zona montañosa. Tienen un hijo ciego, cuyo perro, Scoop, es esencial para su vida. Ella está dando una entrevista a una joven estudiante de literatura cuando el marido, supuestamente en el segundo piso, pone la radio a un volumen tal que interrumpe toda posibilidad de diálogo. Una sensación de incomodidad inunda la escena, la estudiante se va, el niño saca a pasear al perro, Sandra sube las escaleras, continúa la desagradable música a todo volumen. Afuera hay nieve y un cadáver.

Ya con esto es posible comenzar el juego delicioso de anticipar lo que sucederá. La habilidad del guion radica en anticipar lo que el espectador imagina y jugar con eso. Y la habilidad de este crítico estará jugándose por contar la película sin arruinar la posterior experiencia de verla. Podemos decir que el muerto y las circunstancias en que llegó a esa condición serán lo suficientemente interesantes como para mantener el relato por dos horas y media.

Sandra, de quien irán apareciendo nuevos datos insospechados, encuentra muy oportuna ayuda de un antiguo amigo abogado, ya que se irá encontrando en una situación cada vez más comprometida, hasta llegar a un punto en que lo único que puede liberarla es el testimonio de su propio hijo. Pero él no ha visto nada, obviamente. El cadáver pareciera buscar un ajuste de cuentas de una larga lista de rencores que el tiempo no ha solucionado, entre ellos la responsabilidad del accidente que ha dejado al niño en una penosa situación.

A este punto, las sospechas tienen una clara destinataria. Aquí es cuando la actriz protagónica comienza a justificar a plenitud su sueldo y la lista de premios que ha cosechado. La mirada inescrutable, de emociones indefinidas, es capaz de impregnar de dudas toda la rigurosa información que irá siendo expuesta en la sala del juicio y ante la cual parece no conmoverse.

Pero la procesión interna se intuye, y los espectadores nos vemos empujados a un vaivén de dudas que Sandra parece agitar con su actitud muy alemana frente a un público francés. El idioma contribuye a crear una barrera de desconfianza entre lo quedice y lo ocurrido. Sandra no habla un buen francés, pero sí inglés, lo que en el tribunal no le acarrea simpatías.

La ambigüedad de todo está potenciada por la precisa definición del punto de vista narrativo. La acción nunca es vista desde alguno de los personajes, pero tampoco desde la distancia analítica de un narrador puramente observador. Estamos cerca de la situación, pero no dentro de ella. A veces la cámara se mueve como si los personajes se tropezaran con el aparato y el juego a la espontaneidad o improvisación salpica de realismo lo que, en realidad, es cálculo. Ni la fotografía ni el sonido, ni ningún otro aspecto de la puesta en escena destaca de la eficacia del conjunto, que reniega de cualquier esteticismo inútil.

El hecho de que la realizadora nunca recurra a la visualización de los recuerdos ni haya racontos, hace crecer la posibilidad de que Sandra oculta algo. Todos pueden hablar desde la subjetividad, pero el Gran Jurado, que es el público, nunca podrá privilegiar el testimonio de uno por sobre otro, justamente por la equidistancia que el presente indicativo del relato mantiene a lo largo de su desarrollo. Que, en un determinado momento, el niño cambie su testimonio mueve el piso de la supuesta verdad construida delante nuestro. ¿Estará realmente diciendo lo que ocurrió, o busca proteger a esa madre siempre amorosa que ha tenido cerca durante su desgracia?

Una desgracia producida, en cierta medida, por un error del padre. La rueda de las culpas se ha echado a andar y Sandra participa con su éxito como escritora que, a diferencia de su marido, le ha traído una fama la cual, evidentemente, disfruta; pero que ahora se le vuelve en contra. El proceso se transforma en el de una mujer de compromisos elásticos, de amistades oportunas, de una maternidad tal vez esgrimida como defensa, además de públicamente exitosa.

El relato termina relativizando la importancia de la declaración de culpabilidad o inocencia. Como en Rashômon, de Akira Kurosawa, una de las mayores películas de juicio, el veredicto lo establece el propio público, como en la Grecia clásica. Recordemos que en la Orestíada de Esquilo el acusado, Orestes, a quien hemos visto asesinar a su madre, es finalmente absuelto por ser víctima de un destino que no buscó. ¿Será este el caso?

Sandra tiene mucho de víctima propiciatoria y sus actitudes frente a la adversidad parecen representar la de todas las mujeres sospechosas de libertad (libertinas, en lenguaje machista) y de rencor (castradoras, en el mismo lenguaje) que quizás han aprovechado de su condición de madres para escudarse y cometer un crimen, tal vez perfectamente justificable.

¿O tal vez no? PP

Anatomía de una caída (Anatomie d’une chute) Dirección: Justine Triet; Guion: Arthur Harari, Justine Triet; Fotografía: Simon Beaufils; Intérpretes: Sandra Hüller, Swann Arlaud, Milo Machado Graner, Antoine Reinartz; Producción: Marie-Ange Luciani, David Thion; duración: 150 minutos.Francia, 2023.

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