DÍAS PERFECTOS:  PEQUEÑAS INMENSIDADES

En Tokyo-Ga, de 1985, Wim Wenders (Düsseldorf, 1945) explora el Tokio retratado antes en el cine de Yasujiro Ozu (Fukugawa, 1903-1963), a quien el alemán reconoce como uno de sus maestros. Esta vez, la exploración tiene su génesis, y resulta divertido que así sea, es un proyecto publicitario.

Como ha contado el realizador germano en una conversación con el American Film Institute, todo partió con una invitación del Tokyo Toilet Project– cuyo logo puede verse a lo largo de toda la película en la espalda del protagonista –a contribuir con el proyecto mediante una serie de documentales. Ante la curiosa propuesta Wenders, que una vez en Tokio se fascinó por la ternura con la que sus habitantes habían tomado posesión de la ciudad después del largo encierro de la pandemia. La idea, entonces, evolucionó desde ese puñado de documentales que nunca quiso hacer, a una historia alrededor de los baños públicos.

¿Qué implica que el resultado sea una película que puede catalogarse de contemplativa? ¿Es una forma de escapar de las convenciones narrativas hollywoodenses? Richard Brody, crítico estadounidense del New Yorker, acusa al filme de no ser lo suficientemente curioso ni por el personaje ni por el país donde la historia ocurre, como si un alemán filmando en Japón estuviera obligado a caer en el exotismo. Esta opinión evidencia una ansiedad por un cine de trama, con posiciones políticas más claras e intencionales. Más industrial. ¿Son, estas supuestas carencias, señales de un cine contemplativo?

Días perfectos es una película de pequeñas inmensidades, donde Tokio aparece simultáneamente como una ciudad inabarcable, pero compuesta de detalles, de localidades y de momentos. Es también una película sobre la ternura, volcándose sobre la rutina esclavizante de la sociedad del cansancio y concentrándose en cambio en la rutina de lo extraordinario.

Hirayama, el protagonista interpretado por Koji Yakusho (Nagasaki 1956), hace lo mismo todos los días, pero todos los días son distintos. No solo desde su mirada, también desde la de la cámara. Esta rutina no es un loop de eventos y lugares idénticos, no es el día de la marmota. Por el contrario, su mirada repara siempre en detalles que hacen cada momento, particular. La cámara imita esta mirada, sin repetir nunca un encuadre y posicionándose siempre de forma distinta, a pesar de que las circunstancias sean similares.

El llamado carácter contemplativo puede radicar en esta cualidad, que adopta mucho de la filosofía zen en su forma de conectar con el momento. Pero mientras muchas de las acciones de Hirayama parecen acercarlo impetuosamente con el presente, y director y actor proponen un personaje que se extiende más allá de este empeño.

Las secuencias oníricas en blanco y negro, que marcan la transición entre estos días perfectos dan cuenta del subconsciente y de las experiencias que Hirayama esconde. Su afán por la literatura y, sobre todo, por la música expanden su mundo consciente. ¿De dónde vienen estos hábitos? ¿De dónde, su devoción por la música en inglés? ¿Qué otros autores hay en su colección de libros? La falta de curiosidad que acusa el crítico Brody es más bien la suya. ¿Cómo no sentir curiosidad por este personaje tan cotidiano y, sin embargo, tan misterioso?

Estos gustos lo conectan con lo que está más allá del presente, así como con otros personajes. Los casetes que escucha parecen venir de un pasado oculto y tener un valor íntimo, que sin embargo lo liga con Aya, una chica mucho menor, con quien comparte cierta ternura por ese misterioso objeto vintage, y que los separa de Takashi, el joven asistente del protagonista, y su obstinación con lo instantáneo.

Algo similar sucede con la sobrina Niko, con la que los libros se convierten en una forma de complicidad. Estos objetos fetiche –casetes, libros y fotos – tienen valor simbólico más que material. Sin embargo, como parte de esta mirada zen sobre el presente, no es un valor absoluto; al punto que, después de negarse rotundamente a vender sus casetes, Hirayama no duda demasiado en hacerlo al necesitar bencina para su camioneta.

Su tercer hobby es la fotografía, o específicamente la captura del komorebi, el sol que se filtra a través de los árboles, en lo que parece ser una referencia a las famosas tomas de Kazuo Miyagawa (Kyoto, 1908-1999), el primer director de fotografía en filmar directamente el sol en la legendaria Rashômon (1950) de Akira Kurosawa. Ahí, los personajes parecían esconderse del sol y de la mirada pública, envolviendo sus acciones en el misterio.

En este caso, si bien Hirayama no se esconde del espacio público – más bien, lo conquista – podría esconderse de algo. En este personaje que da la impresión de dominar la rutina, todo lo que está más allá del presente permanece como un misterio. Parece no ser esclavo ni de la rutina, del aburrimiento, la economía, ni los estigmas sociales, salvo de sus propios misterios. ¿Se esconde? ¿Está huyendo? ¿Está expiando una culpa?

Son estos pequeños detalles – libros, casetes, fotos– los que ayudan a Hirayama a escapar de la rutina, y sugieren su dimensión oculta, la que queda desgarradoramente en evidencia en el maravilloso viaje desde la mañana hacia al atardecer de la escena final. ¿Sufre?¿Qué pasa con su voz? ¿Es el silencio una forma de contemplación zen?¿O es, quizás, una forma de reducir su presencia en el mundo? “Let the songs speak for him – Dejemos que las canciones hablen por él” explica Wenders, de forma bastante vaga, pero sugiriendo que es un personaje con algo que decir, aunque no lo quiera hacer. En cambio, la tensión entre Nina Simone cantando I’m feeling good y la potencia emocional en el rostro de Hirayama gritan todo lo que no se ha dicho a lo largo de la película.

¿Por qué el espectador puede sentirse obligado a ver esta película? Quizás por nostalgia. Por necesidad de conectar con la ternura de lo local y de la rutina extraordinaria. Quizás por la intriga de un personaje que es más grande que los detalles en los que se obstina. Quizás porque la contemplación es, en sí misma, una curiosidad atávica, y Días perfectos no hace más que masajear ese estímulo, el de conectar el presente con todo lo demás. PP.

Días perfectos. Dirección: Wim Wenders. Reparto: Koji Yakusho, Tokio Emoto, Arisa Nakano; Fotografía: Franz Lustig; Productora: The Match Factory. Ficción. 124 min. Alemania, Japón. 2023.

Fuentes de las imágenes: thepalacecinema.co.uk; filmfresor.no; musemagazine.it

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