EL TRIUNFO DE LA CINEFILIA REIVINDICATIVA

Horas, si no minutos antes de informarse los resultados de la encuesta 2022 de Sight & Sound, en diciembre pasado, el responsable de un reputadísimo festival chileno tuiteó algo que llamó mi atención: siendo él mismo uno de los 1.639 votantes del Top 100 crítico (el doble de la anterior encuesta en 2012, incluyendo críticos, programadores, archivistas y académicos), anticipaba el resultado del Top 1. Y la apuesta no era predecible.

1.

El tuitero en cuestión anticipaba, vía rrss, que Vértigo sería reemplazada por un Top 1 inédito (o sea, no retomaba la punta Ciudadano Kane, mucho menos Ladrón de bicicletas) y que Jeanne Dielman, 23 quai du Commerce, 1080 Bruxelles ocuparía uno de los primeros cinco lugares.

Más que sorprendido por la predicción, me fui a ver el Top 100 crítico de 2012, donde la película de Chantal Akerman figura en la casilla 35 (empatada con Psicosis y Sátántangó). Minutos más tarde, me enteraba de que el voto de los 1.639 mencionados la instaló como la mejor de todas jamás realizada, en más de 125 años.Treintaicuatro puestos de un tirón, ¿cómo se explican?

Por ahí anduvo la reacción principal, hecha de perplejidad y de asombro. La principal, pero no la primera: un par de segundos antes de conocer la nueva número 1, observé que una de las películas que más fascinación me han producido en una sala –Beau travail, de Claire Denis, 1999– estaba en el número siete…Ochenta y cuatro puestos más arriba que en la encuesta anterior. Esa la pude creer aún menos, aparte de lo insólito que se me hacía ver canonizada de golpe y porrazo una película que jamás imaginé canónica, sino más bien de nicho. 

Comparecieron en esos momentos dos de mis acercamientos a las encuestas de esta especie. El primero, más lúdico que otra cosa, es aplicable a los Oscar y a las temporadas de premios, en el sentido de que nada es sagrado, menos las películas, y que ponerlas en fila puede ser poco riguroso, pero nos entretiene y nos da de qué hablar. 

A partir de ahí, el segundo acercamiento es el de la vocación propiamente cinéfila, pronta a examinar méritos y deméritos de todas las películas y de cualquiera; a preguntarse qué son y qué pueden llegar a ser, a considerarlas hijas de su tiempo y/o a inscribirlas en la atemporalidad propia del cine que perdura. 

La mejor de todos los tiempos: Jeanne Dielman 23 quai du Commerce, 1080 Bruxelles, de Chantal Akerman, 1975.

Todo lo anterior aporta a la materia de la que está hecho el canon, uno que en 2012 conoció alguna agitación, pero nada parecido a lo visto en esta pasada. 

Acá vuelvo al tuitero del primer párrafo: director festivalero, académico, curador y buen tipo. No es que yo creyera que le había llegado información privilegiada ni nada semejante, pero sabía algo que yo no. Así que le pregunté por lo cerca que anduvieron sus predicaciones. Esto me dijo, vía WhatsApp:

“Sentí que la votación de este año iba a ser altamente reivindicativa, pero a base de películas que ya estaban en la lista, y bien posicionadas. Es decir, no sería una votación en donde en general se buscase ampliar el rango de películas de cineastas mujeres, afroamericanos y de este nuevo siglo, sino que más bien se apostaría fuertemente por aquellas que ya estaban, pero en lugares secundarios. Eso me llevó a creer que era muy posible que hubiese un nuevo número uno, que las posiciones de Jeanne Dielmann y Beau travailcrecerían ostensiblemente, al ser las dos películas dirigidas por mujeres más encumbradas en el ranking anterior, y que lo mismo ocurriría con In the mood for love y Mullholland drive (las películas de este siglo mejor posicionadas en la lista anterior)”.

Su sensación, agrega, era la de que “mucha gente vería el listado anterior y votaría estratégicamente, buscando hacer entrar dichas películas a los puestos de avanzada”. Y así fue.

Lo de la “votación estratégica” me hizo pensar en la cinefilia y sus mutaciones, camino a responder, si es posible, una pregunta legítima: ¿cómo llegó a pasar lo que pasó con el Top 100 crítico de Sight & Sound?

2.

Mi percepción de lo críticamente justo, si tal cosa existe, me dice que Vértigo es mejor película que Jeanne Dielmann (también Intriga internacionalTuyo es mi corazón y otras de Hitchcock). Para gustos, colores, se dirá, pero la cosa es más complicada.

Después de todo, si uno llegó a validar en la cabeza y el corazón que Vértigo podía legítimamente ser la mejor de todas, es porque hay una percepción de lo justo que bebe de fuentes crítico-cinéfilas no necesariamente justicieras, paritarias o igualitarias: de James Agee proponiéndose no sentir la necesidad de disculparse por lo que le dicen sus ojos mientras contempla una pantalla, a Pauline Kael columpiando a medio mundo y, en especial, a Andrew Sarris por hablar de significado interior de tal o cual película. 

Pero hay otra idea de justicia cinéfila dando vueltas, bien asentada según deja ver la propia encuesta 2022, y que aspira a lo que aspiraban algunos hace medio siglo y fracción: que una ideología, un clivaje político y/o un mindset adecuado a las circunstancias del presente, rejerarquicen la mirada: en los 60 y 70 en beneficio de los condenados de la tierra; hoy, para visibilizar a los subalternos. El caso de Jeanne Dielmann, filme de una directora a contramano y cuyo equipo de realización estuvo integrado sólo por mujeres, no puede sino ilustrar el exitoso aterrizaje de un nuevo ideal de corrección cinéfila. For a new cinephilia es, por lo demás, el título del texto que parece haber encendido la mecha. 

Vértigo fue considerada la mejor de todas en la encuesta de 2012.

En su número primaveral de 2019, el academicista Film Quarterly publicó este manifiesto que lleva la firma de Girish Shambu (que pocos años había escrito un texto semejante, The new cinephilia). El autor, a su vez, se nos presenta muy identitariamente en el segundo párrafo –“cinéfilo heterosexual de origen sudasiático que vive en Estados Unidos”– y se lanza desde la partida a desenmascarar lo que muchos daban (dábamos) por sentado:

“La vieja cinefilia es la cinefilia que ha dominado la cultura cinematográfica durante los últimos 75 años. Su ascenso se da en la Francia de la post II Guerra con la adoración del auteur y el culto a la puesta en escena. Con los años, fue dejando una profunda huella en la cultura cinematográfica euro-occidental y se ha instalado como la narrativa hegemónica del amor al cine. En virtud de un pase de magia, lo local se ha convertido silenciosamente en lo universal.

“La nueva cinefilia reconoce dos cosas en esta historia de los orígenes: que es, simplemente, una narrativa del amor al cine entre las muchas que hay en el mundo; y que ha sido de un grupo minoritario: hombres blancos heterosexuales”.

Ahí está, básicamente, la madre del cordero. Si en otros momentos las cinefilias disruptivas ponían en alto consideraciones que tributaban marxismos, estructuralismos o semióticas de distinta laya, los radicalismos cinéfilos de nuevo cuño organizarán el ninguneo de lo existente a partir de la identidad de los involucrados (artistas, técnicos, intérpretes, críticos, etc.), o más bien de su pertenencia a identidades hegemónicas o subalternas. He ahí el criterio central, la explicación de todo clivaje que valga la pena. 

En ese espíritu, aunque esto no lo dice Shambu, puede ya entrar a explicarse la necesidad histórica de que Jeanne Dielman desplazara a quien desplazó: si Vértigo es una película de un director blanco heterosexual, para no soltar la hebra, acerca de un blanco heterosexual que manipula y subyuga a una mujer para convertirla en la réplica de la amada que cree muerta, la cinta de Akerman es claramente otra cosa. Y ese es tan solo el comienzo.

La nueva cinefilia, plantea Shambu, “quiere multiplicar una diversidad de voces y subjetividades”, y es “una cinefilia autoconsciente, ya que pone en primer plano el contexto social –la posicionalidad (sic) del sujeto– del amante del cine”. Asimismo, si los placeres de la vieja cinefilia son predominantemente estéticos, “la nueva cinefilia define más ampliamente el placer: valora la dimensión estética del cine, pero le exige más. Encuentra placer en una curiosidad profunda por el mundo y en un compromiso crítico con él”. No es coincidencia, por lo tanto, “que tantos cineastas valorados por la nueva cinefilia –mujeres, queer, indígenas, gente de color– se interesen en el activismo y vean el propio cine como parte de un proyecto mayor de activismo cultural”.

Durante 50 años, las encuestas de Sight & Sound estuvieron encabezadas por El ciudadano Kane (Orson Welles, 1940).

Y hay otras consideraciones del manifiesto: si para la vieja cinefilia es central la evaluación (la elaboración de rankings, listas y jerarquías, “ampliamente reconocida como una propensión masculina”), para la nueva cinefilia “las películas que se centran en las vidas, subjetividades, experiencias y mundos de personas marginadas resultan automáticamente valiosas”; si la vieja cinefilia privilegia el largometraje de ficción, la nueva “apunta a una inclusión verdadera, acogiendo la más amplia variedad posible de formas y artistas”; si la vieja cinefilia es conservadora y nostálgica, la nueva “reconoce la inestabilidad inherente a los juicios de valor sobre los artistas y su obra”, por lo cual“el valor de una película puede subir y bajar con el tiempo, lo que depende no sólo de criterios formales, sino también ideológicos”. Así, “debemos estar siempre abiertos a la posibilidad de reevaluarlo, incluso renunciar a lo que adorábamos a la luz del nuevo conocimiento, de nuevas conciencias, de nuevos imperativos” (incluyendo, ojo ahí, las conductas de los propios cineastas). 

Hay harto más, pero me detengo en lo último. Si al cinéfilo de antaño le ha costado un mundo organizar su canon personal –por ejemplo, su propio Top 10 de todos los tiempos–, el de nuevo cuño tiene menos problemas al respecto, acaso revelando no solo lo que su conversión tiene de virtuoso, sino de propiamente religioso. Y para ejemplificar está el propio Shambu, quien no solo fue uno de los 1.639 votantes, sino que ofició también de consultor de la revista británica, para efectos de decidir quiénes participarían en la significativa ampliación del número de electores. 

Acá está su votación de 2012: Beau travail / Belle de jour / Les demoiselles de Rochefort / The devil probably / Dil Se …/ L’enfance nue / The golden thread / India: Matri Buhmi / Love streams / Marnie.

Y acá la de 2022: Jeanne Dielman / Born in flames / Daughters of the dust / Beau travail / All over me / The gleaners & I / In the cut / Smiley face / Girl at my door / Get out. 

Sólo hay una cinta en común. Y si la primera lista tiene una directora (la mencionada Claire Denis) entre los 10 primeros, la de 2022 cuenta con ocho, sin mencionar la inclusión de la reciente Get out, del afrodescendiente Jordan Peele. 

¿Es este el futuro de la legendaria lista crítica de Sight & Sound: un agregado de actos justicieros, un homenaje a la representación de los otrora marginados, más allá de consideraciones de calidad, que pueden resultar hoy más bien sospechosas? No necesariamente, y hay quien podrá agregar que en la encuesta 1972 pasaron hartas cosas y que la primera de todas, en 1952, tuvo en primer lugar a una película estrenada apenas cuatro años antes (El ladrón de bicicletas) y nadie ha pataleado tanto al respecto. 

No hay ninguna película de América Latina en el top 100 de Sight & Sound. La ciénaga de Lucrecia Martel aparece recién en el 136.

En cualquier caso, hay más de un forado en la revolución moral propuesta en el nuevo Top 100 de la crítica(que más tiene de academia que de crítica, aunque esa sea harina de otra marraqueta): más de alguien ha reparado, por ejemplo, que no hay ninguna película latinoamericana entre las 100 mejores, y eso que en 2012 ya las había. Vaya justicia. Y mejor no pensar en los caminos que puedan tomarse para enmendar la plana.

De momento, y esperando dejar en claro que entre las diez mejores hay cintas tan formidables como las ya mencionadas y como Cantando bajo la lluvia y Tokyo story, tomo nota de algo más: entre las 100 primeras hay películas que aún están por asentarse (Get out, Parasite, Moonlight) al tiempo que no hay NADA de Buñuel, Martel, Rohmer, Hawks, Ruiz, Cassavetes, Gutiérrez Alea, Hong, Peckinpah, Herzog, Cronenberg, Jia, Melville, Malle, Wiseman, Serra, Capra, Boetticher, LaCava, Polanski, Berlanga, Menzel, Chabrol, Reiniger, Khoo, Desplechin, Naruse, De Broca, Reichardt, Duvivier, De Palma, Eastwood, Gray, Sternberg, Forman, Abuladze, Walsh, Fernández, Sturges (ni Preston ni John) Moretti, Almodóvar, Sarmiento, Sissako, Kawalerowicz, Wajda, Cukor, Lumet, Morris, Hermosillo, Spielberg, Tourneur (ni Jacques ni Maurice) o Mann (ni Anthony, ni Delbert ni Michael).

Sepan los lectores perdonar lo anticuado. PP

Aquí la mentada lista de las 100 mejores películas de todos los tiempos, según Sight & Sound 2022: 

1. Jeanne Dielman 23 quai du Commerce, 1080 Bruxelles (Chantal Akerman, 1975)

2. Vertigo (Alfred Hitchcock, 1958)

3. Ciudadano Kane (Orson Welles , 1941)

4. Tokyo Story (Yasujiro Ozu, 1953)

5. In the Mood for Love (Wong Kar-wai, 2000)

6. 2001: odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968)

7. Beau Travail (Claire Denis, 1998)

8. Mulholland Drive (David Lynch, 2001)

9. El hombre de la cámara (Dziga Vértov, 1929)

10. Cantando bajo la lluvia (Gene Kelly, Stanley Donen, 1951)

El resto de la lista puede revisarse aquí.

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