José M. Santa Cruz desafía la historiografía tradicional del cine chileno con una obra cuya estructura fragmentaria está inspirada en Walter Benjamin. Su «Tesis sobre la historia del cine chileno» revela cómo el cine nacional ha existido en permanente catástrofe y funciona como dispositivo colonial que invisibiliza lo mapuche. Una provocación teórica que repiensa la relación entre cine, identidad y poder desde los escombros de la historia.
Con Tesis sobre la historia del cine chileno, José M. Santa Cruz sacude los cimientos de la historiografía cinematográfica chilena con un texto que emula deliberadamente las Tesis sobre la filosofía de la historia de Walter Benjamin. No es un gesto meramente estético, sino político: como Benjamin escribió sus tesis durante el ascenso del nazismo, Santa Cruz lo hace en pleno triunfo neoliberal en el campo cinematográfico.
Su propuesta es contundente: el cine chileno ha existido siempre en un estado de catástrofe. No una catástrofe puntual como la dictadura o la quema de películas post-golpe, sino una catástrofe entendida como condición ontológica. Santa Cruz retoma aquí la sentencia de Paolo Cherchi Usai: “El cine es el arte de destruir imágenes en movimiento”.
Esta catástrofe opera en múltiples niveles: la pérdida física de películas, la imposibilidad de resolver la relación entre imagen y realidad, y el constante ciclo de fundaciones y refundaciones que generan una borradura sistemática del pasado.
Las ruinas no son para Santa Cruz meros vestigios arqueológicos esperando ser catalogados. Son materiales activos cargados de potencialidades no realizadas, capaces de irrumpir en el presente y desestabilizar sus certezas.
En su tesis VIII, al analizar el momento en que el camarógrafo Leonardo Henrischen filma su propia muerte en 1973, escribe: “Pasmado algún ángel de la Historia se alejó viendo la catástrofe, ya no solo hacia atrás en el paso del progreso, sino que veía los ecos del futuro”. Es una de las imágenes más potentes del texto: la cámara no solo documenta, sino que anticipa la catástrofe.
LA BATALLA POR LA REALIDAD Y LA CHILENIDAD
La segunda gran línea que atraviesa el texto es la cuestión de la representación de la realidad. El problema estético central del cine chileno ha sido su “relación irresuelta con la realidad”, manifiesta desde sus inicios.
Santa Cruz relata cómo en la primera película ficcional chilena, Manuel Rodríguez (cortometraje, Adolfo Urzúa Rosas, 1910), “un papel arrastrado por el viento se escapa por el sector derecho del encuadre”, metáfora perfecta de cómo la realidad material irrumpe en el dispositivo representacional del cine.
Esta tensión no es vista como un defecto, sino como característica reveladora. El cine chileno ha sido un territorio donde distintas concepciones de lo nacional compiten: “La chilenidad se mostró en su condición realmente existente: un significante vacío en disputa”.
Una de las tesis más provocadoras refiere a la invisibilización sistemática de lo mapuche: “El cine chileno ha sido una gran maquinaria de desaparición de lo mapuche. Un trabajo constante de su no-presencia en la imagen, menos aún, en su tejido productivo”.
Este “exterminio representacional” operó durante décadas. Y cuando finalmente lo mapuche aparece en el cine contemporáneo, Santa Cruz no ve una ruptura sino una incorporación neutralizadora, un “ornamento funcional a los flujos del capital-imagen en los mercados globales”.
EL NEOLIBERALISMO COMO CULMINACIÓN
Las últimas tesis se centran en lo que Santa Cruz llama el “neoliberalisisimo cine chileno”, fase paradójicamente caracterizada por su éxito internacional y su desconexión local. Es un cine que ha alcanzado visibilidad global mientras pierde contacto con sus audiencias:
“Cuando llegó a una producción masiva, el cine chileno se quedó sin masas. Y así las imágenes vagabundean por plataformas on-line a la espera de conectar, aunque sea por error, con una mirada ausente”.
Esta paradoja representa la última (por ahora) catástrofe del cine chileno: un cine que alcanza reconocimiento justo cuando su forma cultural está en declive global.
Santa Cruz arremete contra lo que llama historia por pedazos, que propone diseccionar la historia en fragmentos minúsculos para ofrecer un relato supuestamente verdadero.
Frente a esta historiografía “fragmentaria y mortífera”, propone una historia que permita que las imágenes del pasado hablen con el presente: “Esa historiografía hecha a pedacitos pixelados, es la ruina de las ruinas del accionar del tiempo… Una historia que no deja hablar a las oscuridades de la contemporaneidad”.
UNA EXIGENCIA DE PENSAMIENTO CRÍTICO
Lo primero que salta a la vista es la radical novedad teórica del texto en el panorama chileno. No se parece a nada de lo que se ha escrito sobre cine en Chile, tanto en su forma como en su ambición intelectual.
No pretende completar la historia del cine chileno añadiendo nuevos datos, sino repensar completamente su sentido y su método. Su diálogo con la filosofía, su aproximación fragmentaria, su escritura casi poética y su politización explícita marcan una ruptura con los estudios previos.
Tesis sobre la historia del cine chileno no es un texto que se pueda simplemente usar para comprender mejor el cine chileno. Es un texto que obliga a repensar completamente nuestras formas de aproximación al cine y a la historia.
No ofrece respuestas definitivas o un sistema teórico cerrado, sino que abre nuevas preguntas y señala problemas hasta ahora invisibles. Es un texto difícil, pero desafiante. Santa Cruz no proporciona un mapa completo del territorio cinematográfico chileno, sino puntos cardinales para orientarnos en un paisaje de ruinas, fantasmas y batallas no resueltas.
En un momento en que la cultura está cada vez más subordinada a lógicas de mercado, este texto recuerda que las imágenes siguen siendo un campo de batalla y que su sentido nunca está completamente clausurado. En las ruinas del cine chileno pervive la posibilidad de otras formas de ver, de pensar y de construir identidad. PP
José M. Santa Cruz. Tesis sobre la historia del cine chileno. Santiago: Ediciones Qualquelle, 2025.
Portada: fotomontaje. Fotograma del soldado que lo mata y foto del camarógrafo argentino Leonardo Henrischen. En su homenaje, ambos países han declarado