Un viaje sin retorno se podría decir que es ver El jockey. Tal vez ni siquiera tiene camino de ida. La habilidad de los jinetes que nos comandan es sobresaliente, y provocan que la experiencia de ir a ver esta película sea bidireccional, nosotros vemos El jockey, pero su protagonista también nos ve, directamente a los ojos con anteojeras.
Vi gente salir caminando por las paredes del teatro. Es que no encontraban sentido, porque la experiencia se podía asimilar a montar una yegua que no sabe girar a la izquierda: es decir, inentendible y única en su especie. El Jockey presenta un trabajo de realización memorable en muchos aspectos, presentando una idea fresca, interesante y con muchos aristas que dan para conversar sobre sus formas, modos y contenidos.
Una secuencia hipnótica de baile introduce en ese mundo que colinda entre lo real y la ficción, y que se transformará en historia del cine argentino (ver artículo de Roque González sobre el cine trasandino en 2024), tanto por ser el segundo filme más visto en su país el año pasado, como por haberlo representado en los premios Goya y Oscar, así como por su bien lograda ejecución, manejo de cámara y de iluminación, que hacen disfrutar de manera insaciable los movimientos aleatorios de Remo y Abril. Y, para muchos por incorporar una canción tan icónica como Sin disfraz de Virus, una de las míticas bandas trasandinas del pop de los 80.
El jockey es una gran expresión del realismo mágico en el cine latinoamericano, un intento de llevar a la pantalla ese particular género literario. El cine que se atreve a llevar lo surreal a la pantalla resulta, por lo menos, valioso en cuanto a lo referido a la cultura cinematográfica de esta parte del mundo y, si logra hacerlo de la sólida manera sólida en que lo hace esta película, es digno del más amplio reconocimiento.
En mi caso, tener la chance de verla gracias al Festival de Cine de Viña del Mar, y además en el Teatro Municipal de la ciudad, puede ser que agregue una capa extra de majestuosidad a la película, aunque realmente no la necesita. Se trata de una obra cuidada, pulida, muy consciente de lo que hace y lo que busca, al abarcar una gran variedad de temas de manera sutil y en función de una trama que se desarrolla lentamente entre risas y sorpresas. Un pequeño frenesí que suelta y aprieta sobre la base de la emoción que sus personajes ponen en escena.

ENTRE LA RISA Y LA SERIEDAD
En esta relación de temas, su vínculo con la religión parece muy latinoamericano: la figura de la virgen significa algo especial en el mundo católico, siendo un amuleto de la suerte para muchos competidores de carreras de caballos, entre ellos el protagonista. Resulta interesante el diálogo con este oculto mundo de las carreras, mediante unas llamativas pinceladas de estos espacios, como los vestidores que permiten entrever las propias dinámicas que comparten los jockeys, su profundo interés por el peso, por manejar borrachos, su conversación acerca de la sexualidad, la maternidad y las identidades de género. Todas discusiones cruciales en los días actuales que la película no problematiza, pero coloca sobre la mesa en un limbo entre la risa y la seriedad.

Es destacable la actuación de Nahuel Pérez Biscayart (Argentina, 1986) como Remo, el protagonista. Pérez asume con éxito todas las etapas por las que pasa el personaje, apoyado por el gran trabajo de dirección de Luis Ortega (guionista y director también argentino, 1980) que lo hizo merecer el Premio Cóndor de Plata al Mejor Director, otorgado por la Asociación Argentina de Críticos Cinematográficos. El jockey es su octavo filme como director y guionista en una carrera que comenzó a los 19 años.
En esta película logra un manejo notable de los tiempos, cada parte es interesante, y sus transiciones son fluidas y suaves. Lo mejor es que no explica nada, porque en verdad no es necesario. Pasan cosas, algunas son extrañas, curiosas, pero no importa, lo único importante es estar viendo la pantalla sin despegarse, con la vista centrada en la pista. Se trata de un trabajo impecable de todos los equipos técnicos y artísticos de la cinta, una realización brillante de ejecución.
Lo que más me cautivó de El jockey, fue su capacidad de no decir nada, pero hablar de todo al mismo tiempo. Con esto no quiero decir que sea una película innecesaria. Por el contrario, la posibilidad de hacer un cine que no signifique algo por lo que es, sino por lo que tiene en su interior me parece que sitúa a esta obra en otro nivel de realización, alejado de lo tradicional y que permite acercar las vanguardias artísticas a un público que necesita espacios de variedad.
Tener la posibilidad de ver cine latinoamericano en una sala de cine es un privilegio que me encantaría decir que es universal. Ciudades como Santiago o Valparaíso han caído en las manos del poder globalizador que el cine multisala provoca; pero estos espacios que aún nos quedan deben ser aprovechados. Una película que cautiva desde el minuto uno es una gran oportunidad de acercar al público a productos más cercanos, que nos entreguen experiencias más cercanas y (su)reales. Aunque por ahora haya que conformarse con verla vía streaming. PP
El jockey. Dirección: Luis Ortega. Guion: Luis Ortega, Rodolfo Palacios, Fabián Casas. Reparto: Nahuel Pérez Biscayart, Úrsula Corberó, Mariana Di Girolamo. Fotografía: Timo Salminen. Música: Sune Wagner. Thriller, drama psicológico. Duración: 96 minutos. Casas productoras: Rei Cine, El Despacho Produkties, Infinity Hill, Exile Content Studio, Warner Music. Coproduccion Argentina-México-España-Dinamarca-Estados Unidos, 2024. Disponible en Disney+.
Fotos recuperadas de The Movie Database.
Nota de la Edición: Luis Ortega es hijo del popular cantante Palito Ortega, ídolo de los años 60 en Argentina y Latinoamerica.