Oro amargo, segundo largometraje de Juan Olea, es una producción a medio camino entre el thriller y el neo-western, que enfrenta a un padre y una hija a situaciones difíciles e inesperadas. Filmada en el desierto de Atacama, en una mina de verdad, resulta una película creíble, entretenida, donde el suspenso y la tensión están bien trabajados.
La trama es, quizá, simple y breve. Pero funciona en general y en los detalles. Una chica adolescente vive, en compañía de un pequeño perro, con su padre pirquinero cerca de la mina que explotan. Con ellos trabajan unos jornaleros quisquillosos y poco comprometidos con su patrón. Padre e hija comparten un secreto: una veta aurífera que manejan ilegalmente. Las cosas se complican y la chica debe tomar un mando ciertamente complejo. Por su edad y por su género.
De ninguno de los personajes se sabe nada de su pasado y su futuro también quedará en la incógnita. No hay menciones a la madre de la muchacha. Parece que quiere seguir estudiando. Aunque al inicio del filme da la sensación de que el protagonista es el padre, Pacífico Salinas (Francisco Melo) en realidad en quien recae prácticamente todo el peso dramático del filme es en Carola, la hija (Kat Sánchez), interpretada convincentemente por una joven actriz de la región de O’Higgins. El personaje resulta verosímil dentro del género: una chica que debe sacudirse la inmadurez, la inexperiencia y su condición de mujer, para enfrentar a hombres que no la respetan como jefa, ni siquiera después de demostrarles saber más de vetas de lo que ellos esperan.
Es similar a muchas heroínas del oeste: en espacios inhóspitos, luchando contra la adversidad. Salvo por momentos en que el guion resulta un poco débil, la mayor parte del filme, sus acciones resultan acordes al personaje y a las decisiones que debe enfrentar. La relación filial, sin estar mayormente explicitada, muestra cercanía, cariño y complicidad. Más que padre e hija, parecen socios en la aventura minera.
Muchas manos, incluso trasandinas, escribieron este guion que, sin duda, acierta en lo central: construir un filme entretenido, que se mantiene en los cánones del género, y donde la tensión está bien dosificada, intensificándose hacia el final. En eso radica el éxito de público que ha tenido: entretiene, tensa, y uno sale del cine sin tener temas para reflexionar. Los sobresaltos se quedan en la butaca.
Por otra parte, es un filme hecho para una audiencia internacional, puesto que el desierto de Atacama es apenas un escenario. Uno de tantos posibles. Muy bien aprovechado fotográficamente por la experticia de Sergio Armstrong que saca partido a la sequedad y las tonalidades del desierto más árido del planeta y a sus noches estrelladas, pero que podría haber sido reemplazado por cualquier otro paisaje duro. La Patagonia, por ejemplo, y padre e hija, ovejeros. En el caso de Oro amargo, destacan las tomas nocturnas o al interior de la mina, donde las dotes de Armstrong quedan más a la vista, consiguiendo atractivos juegos de luces y sombras.

BIEN DE GENERO, PERO SIN LUGARES COMUNES
Juan Francisco Olea ha contado que antes de poder concretar este, su segundo filme (el primero fue Cordero, en 2014) pasó mucho tiempo y vivió muchos avatares, pese a que contó con el apoyo del Fondo Audiovisual. Entre los avatares se cuenta la pandemia y la muerte del primer guionista.
Ese paso del tiempo puede ser el condimento que hizo del filme una producción sin pretensiones, pero funcional y efectiva. No efectista porque, justamente el tratamiento de las secuencias más complejas está resuelto de manera inteligente y sin estridencias, de modo que su peso argumental no radica en los momentos más duros del filme.
El guion y la realización también escapan de lugares comunes, como podría haber sido la violencia sexual que puede sobrevolar unos segundos en un dialogo, pero que no se desarrolla posteriormente. Del mismo modo, las soluciones que encuentra la protagonista al punto de quiebre en que se encuentra su vida no son previsibles, lo que aumenta el interés en el argumento. Los personajes secundarios, si bien son una especie de coro, mantienen una personalidad definida y juegan roles específicos en la trama, sin que sobre ni falte. Quizá el único pero radique en la elección del actor que desencadena el drama, cuyo físico y modo de actuar predicen acciones imaginables desde que se inicia el conflicto que da lugar al resto de la trama.
El montaje igualmente lleva la acción a mostrarse sin trabas, manteniendo el suspenso en determinados momentos y soltando la mano en los minutos siguientes. La música, compuesta especialmente para el filme acompaña y subraya ciertos instantes siendo acertada, aunque no memorable. Para un público citadino del primer cuarto del milenio puede resultar un poco incomprensible la utilización del tango Amores de estudiante, en la voz de Carlos Gardel, pero tal vez es algo que el director escuchó en los días que pasó con pirquineros para entender sus lógicas y costumbres.
Aunque Olea ha declarado que lo que lo motivó a realizar el filme fue una noticia sobre una mina manejada únicamente por mujeres, a sabiendas de que este oficio es uno de los más masculinizados de nuestra sociedad, el tema desde el punto de vista social no es desarrollado en la película. El hecho de que la protagonista sea una mujer no da al argumento un carácter de reflexión sobre una realidad que está cambiando en Chile, tanto en la gran como en el pequeña minería. Carola es un personaje solitario, abandonado a su suerte por las cosas de la vida, y que sale adelante en virtud de su arrojo e ingenio. Toda una heroína. Y como tal, en un espejo invertido de los filmes de vaqueros, ella avanza hacia cámara, montada en su corcel mecánico, a la inversa que los cowboys que siempre se van hacia el atardecer, dando la espalda al público.

En suma, el filme funciona y lo hará aquí y en la Quebrada del Ají, aunque puede no ser uno de los puntos más altos de la cartelera nacional de este año. PP
Oro amargo. Dirección: Juan Olea. Guion: Agustín Toscano, Francisco Hervé, Malú Furche, Moisés Sepúlveda y Nicolás Wellmann. Reparto: Katalina (Kat) Sánchez, Francisco Melo, Michael Silva, Daniel Antivilo, Moisés Angulo, Carlos Donoso, Matías Catalán, Carla Moscatelli, Carlos Rodríguez, Aníbal Vazques y Claudio Troncoso. Dirección de fotografía: Sergio Armstrong. Montaje: María José Salazar, Sebastián Brahm, Valeria Hernández. Casa productora: Juntos Films. Drama, thriller, neo-western. Duración: 83 minutos. Chile, Alemania, México, Uruguay, 2024.