WOLFWALKERS

El cine de animación puede que tenga a un público preferencialmente infantil, pero eso no significa que por eso sus temas sean de poca cuantía y sus ambiciones estéticas sean de tono menor. Desde su debut en El secreto de Kells, el irlandés Tomm Moore mostró una veta original, muy identificada con su cultura y con un diseño apoyado en el dibujo a mano más que en la última tecnología computacional, de la que tampoco reniega. 

Tráiler de Wolfwalkers.

En su nueva obra todo eso continúa, pero los temas son cada vez más complejos, las simbologías se adensan y la historia se nutre de mitología de buena cepa.

 ¿No será mucho para los niños?

Así como las proteínas, vitaminas y minerales las necesitan para crecer, también los relatos deben ser ricos en nutrientes simbólicos que desarrollen la fantasía indispensable para correr las fronteras de lo posible. A eso parece destinada esta película, la tercera que estrena y la tercera que es postulada al Oscar.

La protagonista es Robyn, niña huérfana de madre, lo que ya promete un necesario desarrollo dramático, inglesa en territorio irlandés, lo que nos acercará a lo político y con un padre amoroso, pero convencional, lo que añadirá el ingrediente generacional, que siempre hace bien en los dibujos animados. Fácil es pensar que esto puede ser un cruce de condimentos demasiado calculados para la corrección política.

Afortunadamente, Moore sabe del arte de la narración, especialmente aquella que se afirma en materiales arcaicos, derivas de relatos orales, de lo real maravilloso y, en última instancia, de la mitología, es decir, la capa geológica más profunda de la tierra de los cuentos. Entonces, le resulta fluido amalgamar todo bajo el amparo de estructuras que llevan milenios de resistencia a los olvidos humanos.

Robyn quiere cazar lobos, como su padre y se entrena a escondidas para ello, pero no cuenta con que los enemigos que la obsesionan no son como el vox populi los cree, y tiene la demostración milagrosa de la salvación de su mejor amigo, Merlyn, el halcón, que inexplicablemente sobrevive a una situación que parece irreversible. Una alter ego de su edad, y también necesitada de madre, es una wolfwalker, es decir una niña diurna y una loba nocturna. 

El descubrimiento de la otredad supone para Rosyn, como para cualquiera en realidad, una revolución radical en sus creencias. Entonces comienzan realmente los problemas: el padre está masculinamente programado para cazar lobos, tal es su función en la estructura inglesa de ocupación. 

Por otro lado ella debiera responder al rol femenino que se le inculca a todas las chicas de su condición. Pero la otra, la wolfwalker, requiere ayuda para recuperar a su madre y el poder militar exige acatamiento a un orden establecido y rectilíneo, como el plano de la pequeña ciudad. 

Un fotograma de la película.

El bosque, por oposición, es el lugar de lo misterioso, natural y curvilíneo, el espacio de lo improbable, un reino femenino. Además el bosque está amenazado por los ingleses que quieren talarlo para transformarlo en tierras cultivables. Entonces los lobos intentan defender su territorio atacando a los hacheros. ¿Suena conocido? La misma historia que padecemos en la Araucanía. 

Armado el asunto, la historia se desliza por los rieles de una fantasía que no se transforma en el objetivo de la aventura, sino que es el medio preciso para ir hilando perlas de significados crecientes. 

Puede que los niños disfruten la aventura sin la conciencia de toda la inusual riqueza que tienen delante, pero poco importa por el momento. Alguna vez volverán sobre sus pasos y se repetirán la entretención y la seducción por esta manada de lobos guiados por una misteriosa fuerza femenina y arcaica, cuyo poderío no es una simple reivindicación de género, que tanto se lleva, sino que una evocación de una sabiduría natural cuyas resonancias permanecen en alguna parte del subconciente colectivo.

Si usted es un adulto, es probable que también se sienta tentado ante las abigarradas imágenes que Moore y su compañía saben componer con esmero notable, no para impresionarnos con su excelente factura, sino que para abandonarnos a la seducción de un mundo que pareciera contener todas las aventuras arquetípicas y las enseñanzas posibles del mundo natural. 

Resulta significativo que el relato se desenvuelva con naturalidad entre nuestra época de feminismo campante y de ecología militante, de Greta Thunberg y de Jane Goodball. Es también interesante que el villano de turno no sea simplemente un hombre, sino que un tipo de hombre que ya nadie quiere ver y que los lobos justifiquen narrativamente su beligerante relación con los humanos por razones de defensa territorial y natural. 

El desplazamiento del tradicional marco femenino que Robyn deja atrás para enfrentar la tradicional agresividad masculina, mágicamente sometida al poderío de lo femenino, muestra un círculo dialogante, perfectamente visualizado en los mandalas que componen las reuniones de las sabias bestias.

Como si fuera poco, las implicancias políticas transparentes, pero no obvias, de la historia permitirán a más de algún joven espectador hacerse preguntas sobre la historia del imperialismo, que sabemos aún no se cierra completamente en nuestro Tercer Mundo.

Todos estos cruces, sumados a la intensa riqueza plástica, hacen que el trabajo de Tomm Moore alcance altos niveles de interés cinematográfico, signo del crecimiento del mundo de un autor de envergadura en el género de la animación, que ha quedado sensiblemente huérfano con el retiro de Hayao Miyazaki. PP

Wolfwalkers. 2020. Director: Tomm Moore. Productora: Cartoon Saloon, SIF309, Dentsu. Animación. 103 min. Irlanda.

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