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FLEE, LA SUTIL FRONTERA DE LA FICCIÓN

Nunca se había dado en la historia de los premios Oscar que una misma película estuviera de candidata en tres categorías distintas, dos de las cuales parecieran ser incompatibles.

Un fotograma de la película.

Evidentemente Hollywood ya no es el que era. Bofetadas y errores clamorosos aparte, La Meca del cine, la fábrica de sueños, la ciudad de las estrellas, ha cambiado para vestir los oropeles de una suerte de Roma del Imaginario Global. 

Si bien el cambio puede deberse a inconcientes (o no mucho) aspiraciones del imperialismo por controlar a todos los espectadores, también es atribuible a una humana voluntad de seguir siendo vigente, algo que todos, en todas las edades probamos. Al final, no hay dominio que no busque perpetuarse. 

En este escenario, la inclusión es ley y la manifiesta voluntad de abarcar lo más posible explica que hoy se busquen países de escasa producción para revisarlos en búsqueda de algo premiable, lo que nunca ocurrió antes en forma tan sistemática como ahora. Ahí se explica el clamoroso éxito del año pasado del cine coreano con Parásitos y el triunfo anterior de la mejicana Roma.

Que una película hecha con técnica de animación fuera postulada también como mejor documental y mejor película internacional, (que es como se llama ahora la anterior mejor película extranjera y posterior mejor película en idioma no inglés) tiene mucho de expresión de estos cambios, pero también de otros que están produciéndose al interior de las tendencias cinematográficas globales.

¿Se puede ser animación y documental al mismo tiempo? Flee de Jonas Poher Rasmussen da una respuesta, pero sin esforzarse mucho a la hora de atravesar las fronteras entre técnicas, formatos y estrategias expresivas. Y es que lo hace en forma orgánica, natural, como forma de servir a su relato y de respetar a su personaje, que legítimamente optó por el siempre saludable anonimato. 

Se trata de una historia real, que representa la de miles de refugiados actuales que deben abandonar el propio país buscando un espacio de crecimiento que les resulta negado por las guerras internas y la cadena de aprovechamientos que esto despierta a lo largo del triste recorrido.

Amin es un adulto afgano que cuenta su historia al sicólogo danés que lo atiende para desentrañar los rincones oscuros de su pasado como refugiado. Sus recuerdos comienzan con el traumático fin de su hogar a causa de la guerra de Afganistán y las sucesivas amenazas que trae consigo. 

Su posterior llegada a una Rusia en crisis por el fin del comunismo lo obliga a enfrentar nuevas situaciones peligrosas y desafiantes, que lo que queda del núcleo familiar enfrentará para llegar a Suecia, donde ya reside el hijo mayor de la familia. Pero la travesía nunca terminará en el lugar planificado.

El relato que vemos en pantalla es la reconstrucción de los recuerdos de quien lo vivió y la ocasional mezcla de esos recuerdos con material de archivo documental nos hace presente la autenticidad de la operación y también la necesidad de cubrirla con la técnica de la animación, cuya necesaria y substantiva estilización permite seleccionar lo dramático y lo real, lo privado y lo social y especialmente lo verídico y lo verosímil.

Flee obtiene sus mejores momentos en esta zona de fronteras permanentes, que no están sólo en el relato, sino también en la forma figurativa de su lenguaje. Es ahí donde surgen con fuerza sus momentos contundentes, aquellos en los que quisiéramos retrotraernos al mundo de los dibujos animados para esquivar las mezquindades humanas que sufren sus protagonistas indefensos, pero la vuelta permanente a lo real y a la autenticidad del relato reclaman nuestra indignación moral. 

Es aquí cuando el cruce entre las dos estrategias: la documental y la animada, se funden como técnicas al servicio de un hecho emocional. No estamos ante dos géneros que buscan amalgamarse sino que frente a técnicas de aproximación a una visualidad vívida.

El director Jonas Poher Rasmussen.

Los dibujos, suavemente realistas, poseen una concreción objetiva que escapa de cualquier caricatura o adjetivación. Su colorido no se deja andar al impacto fuerte o a la espectacularidad de las escenas de guerra, en la que tanto filme pacifista termina cayendo, transando con ello su denuncia.  

Si además de eso sumamos un tono general de confesión pudorosa sobre la propia condición homosexual del protagonista, tenemos un sólido retrato de una voluntad de ser que merece no poca admiración.

Puede que haya alguna redundancia, algunos pasajes laxos y prudencia permanente frente a los acontecimientos, pero no falta nunca emoción auténtica y honesta, aunque sea una respuesta esperable frente a la terrible aventura que se nos coloca delante. 

Es difícil no conmoverse, como también es difícil olvidar después la película, justamente por su constitución de base, por su cruce insólito que permite reverdecer lo que tantas veces nos ha indignado frente a un televisor y que aquí parece envuelto en un reforzamiento formal de sólida contundencia.

No es Flee la que inaugura la estrategia. Antes Vals con Bashir de Ari Folman (2008) ya había obtenido una candidatura al Oscar como película en lengua no inglesa y gran reconocimiento internacional, también sobre un tema traumático, en este caso la guerra entre Israel y el Líbano.

Tampoco le faltaron polémicas a El agente topo con su envoltura argumental como punto de partida para su entrañable exploración de un hogar de ancianos. En Chile un miembro de jurado cuestionó en un diario la película por presentar una planificación y un guion siendo documental. 

Pero es algo que no se habría cuestionado en otras partes donde el documental ya asume novedades y estrategias expresivas que antes le parecían negadas por las convenciones asignadas exclusivamente a una operación narrativa. Como si el documental no narrara y no modificara aquello que retrata.PP

Flee. Director y guionista: Jonas Poher Rasmussen; Música: Uno Helmersson; Montaje: Janus Billeskov Jansen; Co-producción: Dinamarca, Francia, Suecia, Noruega, Estados Unidos, Reino Unido, 2021, duración: 90 minutos. 

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