DUNE

He salido de la sala de cine y estoy en mi casa pensando en cómo escribir una crítica acerca de lo que acabo de ver y me hallo en una disyuntiva: ¿la escribo como cineasta o como fan de Dune? ¿Como fan de Villeneuve o fan del storytelling?

Tráiler de Dune.

Comienza el verano en 1993 y hace un calor insoportable en Lo Encalada, Ñuñoa.

No se puede salir a la calle a jugar con nadie sin que te asalten, así que no lo hago y decido conscientemente quedarme todo el verano en el departamento muriendo de aburrimiento. Es un departamento pequeño, apenas hay espacio para la inmensa cantidad de libros, VHS y CD que mis padres han ido acumulando durante sus años universitarios y su posterior vida laboral.

Hay una gran variedad de contenido, desde libros de Velázquez a discos de Mahler, libros de operaciones a tajo abierto de ojos –¡con láminas a color!– pasando por cancioneros de Bob Dylan y Janis Joplin, Los Nómadas del Mar, una colección de El Paseante y sesudos estudios de jugadas ajedrecísticas que, sospecho, nadie jamás leyó completos.

Aparte del libro de los ojos abiertos, los demás no me parecen particularmente interesantes. 

Aburrido de molestar a mi hermana, empecé a fijarme en aquellas cosas que estaban por sobre mi rango visual normal y allí, en un peligroso e improvisado librero que colgaba en el pasillo, veo una colección de libros que llama poderosamente mi atención debido a sus pintorescos lomos plateados: ANTOLOGÍA DE LA CIENCIA FICCIÓN.

Dos años han pasado y ya soy fan de Asimov, Bradbury y Clarke. Comienza un nuevo verano. En la tele, lo más interesante que hay para ver es Aló Eli. Están hablando de malestar estomacal al comer betarragas. “Es hora”, me digo, y me decido a hincarle el diente al último libro de la colección, que no he querido leer debido a que su extensión me ha estado intimidando sin parar. Adivinen qué libro era.

Fotograma de Timothée Chalamet, intérprete del protagonista.

Es 2017 y estoy impactado viendo la cinematografía de Blade Runner 2049 en el cine, dentro de un mall de Ñuñoa. ¿Quién hubiera pensado en los noventa que habría un mall en Ñuñoa algún día? ¿Y quién hubiera pensado que Blade Runner podría tener una secuela a la altura? Salí de esa sala con una idea en mi mente: “qué bueno haber estudiado cine, para poder apreciar lo increíble de este logro”. Denis Villeneuve se había consagrado, para mí, como uno de mis “top 5” cineastas en activo.

Es 2018 y estoy viendo un hermoso paisaje corporativo-pastoral a través de un ventanal en Ciudad Empresarial, cuando mi compañero de trabajo y colega Aldo me comenta algo increíble: confirmada Dune, dirigida por Denis Villeneuve. Pienso en todos los distintos libros, películas, revistas y cómics que he leído desde aquel lejano verano en Lo Encalada hasta este momento y me embarga una sensación de cierre, de completitud: “Toda la ñoñería culminará en esta película”. ¡Pero aún quedan dos años!

Estoy en Santiago, en la sala con mi amigo ñoño Aldo, director de foto, calcetinero también de Villeneuve, a quien no había visto desde antes del Estallido Social, escuchando una voz gutural en la oscuridad: “Los sueños son mensajes desde lo profundo”.

He salido de la sala de cine y estoy en mi casa pensando en cómo escribir una crítica acerca de lo que acabo de ver y me hallo en una disyuntiva: ¿la escribo como cineasta o como fan de Dune? ¿Como fan de Villeneuve o fan del storytelling?

Como cineasta, me doy cuenta de que es una película MUY difícil de ver para un público ya acostumbrado a las franquicias, a Disney y a la preexistencia de la Guerra de las Galaxias. Si hubiese justicia en este mundo, Dunedebiese haber precedido a la reimaginación de la obra que hizo George Lucas en los setenta.

Villeneuve es un director duro, que pone en gran valía la puesta en escena, llegando incluso a niveles donde ésta puede, de alguna forma, “comerse” la historia.

Fotograma de la película.

Ya lo vimos en la grandilocuencia de Arrival, donde la ambientación y creación del mundo ficcional casi logra opacar por completo la historia, que es salvada en última instancia por un final inesperado y emotivo a manos de Amy Adams.

En Dune, finalmente, la puesta en escena sí termina por comerse la historia, sobre todo en su último tercio. Villeneuve consigue crear una obra visualmente magistral, similar a una inmensa catedral gótica: igual de impresionante pero que a su vez reduce casi a la insignificancia a los seres humanos que oran en su interior.

El elenco es encabezado con aplomo por el talentoso Timothée Chalamet, quien pareciera no amilanarse por ningún proyecto en el que participa. Ya lo habíamos visto siendo espectacular en Beautiful Boy y Call me by your name pero, al igual que el resto de los intérpretes en esta película, sólo consigue mostrar sus poderes actorales en forma muy tangencial en un par de escenas específicas, mientras que las naves espaciales que aborda, las locaciones por las que transita, las maquinarias con las que se desplaza y las situaciones alucinantes sobre las que no tiene ningún control son los verdaderos protagonistas del filme.

Lo mismo ocurre con la relación entre los otros personajes, como Lady Jessica (Erika Ferguson) y el Duque Leto Atreides (Oscar Isaac) que son matrimonio, pero la única escena relevante que comparten juntos es una en la que discuten acerca del destino de su hijo Paul. Particularmente preocupante es lo que pasa con Duncan Idaho, interpretado por Jason Momoa. Da la sensación de que, si se le extirpara de la historia, nada pasaría en absoluto.

Los personajes se muestran a través de la cámara con una frialdad y distanciamiento que les desprende de casi todo su calor humano, incluso en sus momentos más heroicos.

La extensión de dos horas y media no ayuda tampoco a un espectador neófito ya acostumbrado a las historias en formato serial de 45 minutos. Para ellos, el que esta película ame más la belleza fotográfica que a sus personajes puede resultar intragable e, incluso, convertirse en una verdadera tortura.

Como fan, la cosa es distinta. Casi lloré la mitad del filme. Los ornitópteros quedaron espectaculares, aún mejor que lo que yo mismo había alcanzado a imaginar dos décadas atrás. Las kilométricas naves espaciales de la Cofradía se ajustan de manera perfecta a la construcción de un mundo increíblemente distante pero que, a su vez, nos resulta realista y plausible. Los conflictos por el poder y el manejo de recursos naturales, la polarización de las fuerzas alrededor de figuras mesiánicas y la codicia siguen siendo los mecanismos que mueven a la humanidad aún a 10.191 años en el futuro, lo cual resulta extrañamente convincente.

Villeneuve, al igual que en Incendies, vuelve hacer gala de un gusto exquisito para la composición y la cinética del desierto, dando forma a los grandes planos generales más impresionantes que podamos ver actualmente en alguna producción. Los realizadores parecieran estar empecinados en demostrar que este tipo de producciones pueden tener alguna aspiración artística que vaya más allá de la simple entretención del público.

El guion, para quienes leímos el libro, se muestra claramente como una hazaña notable de síntesis, al reducir las primeras 250 páginas de la novela en 45 minutos de película, dejando fuera aquella información innecesaria y haciendo avanzar rápido la historia hacia lo que es realmente importante.

Hans Zimmer logra una de sus mejores bandas sonoras de esta década, acompañando las secuencias de forma orgánica y elegante, que desde la mitad del filme comienza a transmutar a un mantra sonoro, como una tela de fondo que nos va envolviendo en la hermosura y vastedad del desierto.

El diseño sonoro juega un rol predominante en esta película, dotando de textura y verosimilitud al mundo que Villeneuve ha construido. Lo mismo ocurre con los efectos especiales, cuidados al extremo de no parecer efectos especiales. 

En resumen, Dune está enriquecida por un tratamiento formal que convierte en rotundas victorias lo que podrían haber sido derrotas aplastantes y, si te dejas atrapar por sus muchos encantos, puede convertirse en una experiencia cinematográfica similar a Lawrence de Arabia, logrando convertir en algo positivo adjetivos como “grandilocuente” o “masivo”, regalándonos una maravilla que podría ser la última de su especie en una industria que cada día se aleja más de los riesgos y busca pisar firme sobre terreno ya archiconocido.

Es verano de 1997 y estoy sentado en una banca del colegio terminando de releer por tercera vez esta maravillosa novela. Un compañero se me acerca y me pregunta qué estoy leyendo. Yo quiero explicarle, pero mi instinto de preservación me dice que calle. Ese compañero es Aldo y el día de hoy, entiende todo. PP

Dune. 2021. Director: Dennis Villeneuve. Reparto: Timothée Chalamet, Rebecca Ferguson, Oscar Isaac, Zendaya. Legendary Pictures, Warner Bros. 155 min. Estados Unidos.

Síguenos y haz click si es de tu gusto:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Instagram