«MI PAÍS IMAGINARIO»: UNA VISIÓN AÉREA

El llamado estallido social fue de película. De eso no hay dudas, por lo tanto que el cine hubiese dejado escapar este reciente y vibrante episodio de la historia patria habría sido un grave error para el futuro.

Patricio Guzmán, el documentalista chileno más famoso en el mundo, toma la ocasión y, como era de esperarse, plasma en pantalla lo que pudo recoger, o que otros recogieron por él, de un acontecimiento que no estaba anunciado. Mejor dicho, que no tenía fecha.

Una vez en el terreno de los hechos. Guzmán se empapó del conflicto y sin pretender analizarlo lo siguió hasta su natural y más optimista conclusión. Lo de él no es la objetividad y su memoria toma siempre partido frente a los acontecimientos sociales que privilegia en su filmografía, lo que para él es una forma de biografía. Por lo tanto si alguien va a ver Mi país imaginario en busca de novedades o para descubrir alguna tesis no explorada, pierde su tiempo.

Unos hechos que se han vuelto familiares a través de los medios audiovisuales, refrendados por un cierto número de entrevistas, pueden fácilmente convertirse en un pleonasmo en pantalla grande. Se sabe que los entrevistados seleccionados para un documental enunciarán, invariablemente, aquello que reafirma el punto de vista del realizador, predecible en este caso. Difícilmente las novedades vendrán por ahí. Los entrevistados constatan lo que ya sucedió y poco pueden añadir a lo que ya es sabido, al menos en Chile.

Pero Guzmán ama el recurso y busca ritmar el desarrollo con su utilización. El hecho que aquí sean solo mujeres las que hablan poco añade, excepto una conveniente contribución a la corrección política. Tal vez también un contrapunto de serenidad a las secuencias más agitadas de las manifestaciones públicas.

Su reconocido oficio de cineasta experimentado corre siempre al salvataje de una operación amenazada por la obviedad. Guzmán se las arregla para entregar algo a los ojos inquisitivos del nuevo siglo. Los momentos más interesantes del documental vienen desde las alturas del dron, gracias al cual se descubre lo más espectacular y emocionante de todo el relato, expresión de esa visión omnisciente que a Guzmán se le dio bien casi siempre, por coincidir con la épica de los acontecimientos que ha retratado.

El momento en que la cámara vuela sobre el rio Mapocho y comienza a elevarse sobre la multitud reunida en plaza Italia (epicentro de la revuelta), el 25 de octubre de 2019, y continúa por la avenida de la Alameda hasta el cerro Santa Lucía, es casi inverosímil por sus dimensiones. Trae al recuerdo, por comparación, la salida de los judíos de Egipto en Los diez mandamientos de Cecil B. de Mille, o el funeral con el que comienza  Gandhi de Richard Attenborough. Sin duda fue un momento irrepetible y espectacular que, visto en pantalla grande, resulta memorable.

25 de octubre de 2019: históricamente la manifestación más multitudinaria ocurrida en Chile.

Cuando más adelante se vuelva de noche sobre el mismo lugar vacío, con la cámara que rodea la bella estatua ecuestre del general Baquedano, emplazada en el medio de la plaza Italia, renombrada Dignidad por los manifestantes, el efecto es también seductor y puede incluso llegar a sugerir más de lo que muestra, tal vez involuntariamente. Posteriormente el retiro de la estatua y el derribo del absurdo muro construido alrededor del pedestal vacío, dejan claro el simbolismo poderoso del lugar para todos aquellos que no lo conocen. Una tercera panorámica sobre la multitud que celebra la elección del presidente Boric ya no tiene el mismo efecto, tal vez por su parentesco con imágenes similares ofrecidas por la televisión.

Pero no se agotan aquí los momentos de efecto. La multitud golpeando rítmicamente con piedras los muros represivos o las coreografías de las mujeres que al ritmo de Las Tesis (coreografía contra la violencia hacia las mujeres y el patriarcado, que recorrió el mundo) transfiguran las cercanías del Estadio Nacional, son también impactantes. Y es que los hechos reales lo fueron y el registro audiovisual de ello no puede neutralizar la sensación coral de una sociedad palpitante que reclama lo que considera justo.

En ese sentido Mi país imaginario resultará un documento invaluable cuando el futuro necesite revisar este episodio importante de la historia de América. Su parcialidad manifiesta será entendida como consecuencia directa de unos hechos aun demasiado cercanos. Pero desde el presente esto puede levantar más de alguna duda sobre las “cancelaciones” que esta versión se permite sobre el conjunto de lo ocurrido.

Nada insinúa sobre los excesos, exceptuando los policiales, claro, que el estallido tuvo para muchas víctimas inocentes ¿Y los incendios de iglesias y de las estaciones del Metro? ¿Y los desastres de la Zona Cero, la destrucción del museo Violeta Parra, del Centro Arte Alameda o las amenazas que cada viernes siguen haciendo de plaza Italia una zona cero, e imposible, de la convergencia social que se pretendía instaurar? Menos aun sobre los detenidos durante los desmanes que aun esperan el debido proceso. Los protagonistas reales de esos desmanes no han sido descubiertos y tanto las policías como la justicia están al debe.

El documental esquiva todo esto y opta por la simplificación triunfalista, lo que limita sus alcances para confirmar a los ya convencidos de la bondad infinita del proceso. Lo que nunca puede ser la actitud más sabia para afianzar los cambios sobre bases sólidas para un futuro esplendor de la democracia.

Pero claro, Guzmán selecciona convenientemente y no se arriesga a analizar. Lo suyo va por confirmar la simplificación de una postura, la que fácilmente puede resultar esquemática y a la larga contraproducente. Que lo hace con su habilidad acostumbrada, no cabe duda, pero que el conformismo esté al acecho no es descartable.

Cabe preguntarse si este documental en este momento sirve algo más que para la campaña del Apruebo. Sería terrible que, por su parcialidad, estos bocetos certeros quedaran en desuso por nuevas contingencias, aun más complejas que las que aquí se exhiben.

Patricio Guzmán (abajo, al medio) y su equipo.

No hay veta que no se agote y aquella que ha explorado Guzmán no puede ser la excepción. Pocas novedades ofrece su último trabajo, excepto las de impedir que se nos olviden ciertos momentos irrepetibles de estos últimos tres años. Acontecimientos de película.

Una última pregunta: ¿por qué lo que pasaba en las otras regiones durante estos acontecimientos capitalinos no fue del interés del documentalista? PP

Mi país imaginario; guion y dirección: Patricio Guzmán. Fotografía: Samuel Lahu. Música: Miranda y Tobar. Productora delegada: Renate Sachse. Co-producción: Francia-Chile. Duración 83 minutos. 2022.

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