El año 63: OCHO Y MEDIO

La octava y media película de Federico Fellini es una de esas maravillas a las que el tiempo le sienta bien. Lejos de verse anticuada o enmohecerse en sus laureles, el ingenio visual de esta cinta se ve hoy más diáfano que nunca, y su alegre manifiesto en favor de la creatividad es, en nuestros tiempos, no solo bienvenido sino necesario.

Tráiler de Ocho y medio.

El protagonista de la película es el hato de fantasías en la mente de Guido Anselmi, director de cine que tras su exitosa última película se encuentra estancado en una crisis creativa, presionado por su productor para que inicie un nuevo y lucrativo proyecto, acosado por los periodistas y las estrellas que quieren participar de la empresa. Sobre todo, Guido está atemorizado del peso de las enormes expectativas que hay sobre él, ante las cuales tiene como única respuesta un amargo vacío interior.

Pero el director no es exactamente una mente atormentada como el Fausto de Goethe, ni exactamente un antihéroe como el Leopold Bloom de Joyce: está justo en medio de esas condiciones y de los avatares contemporáneos del siglo XX. Es neurótico, bebedor, cínico, y también tierno, alegre y encantador.

Encarnado por un cómodo Marcello Mastroiani, que actúa con ligereza en clave de comedia y sin durezas, Guido se entrega a divagaciones en las que se entremezclan recuerdos de infancia (la casa materna, el colegio de curas, la Saraghina), fantasías eróticas (Carla, la amante; Luisa, la esposa; Claudia, la mujer ideal) e inverosímiles situaciones y diálogos en el balneario en el cual todo transcurre.

Los contenidos inconscientes de su mente alternan con una precisa descripción del negocio cinematográfico y su tropel de empresarios, agentes, artistas y los oscuros –y a veces absurdos– personajes que los circundan. La película consigue ser, así, una instantánea de su propia época.

Este es su primer acierto: Fellini contempla y representa la retahíla de manías, modas y catervas de su tiempo sin despreciarlas, y las mezcla con la materia de su memoria pintando un abarrotado cuadro en el que todo es muy local –las notas autobiográficas son evidentes, desde la evocación de la infancia en Rímini hasta la situación de Guido, análoga a la del propio Fellini tras el éxito de La dolce vita– y muy contemporáneo.

El resultado es una visión universal de la crisis creativa. En el material concreto que filma, Fellini encuentra la expresión más elocuente y contemporánea de un problema clásico: las fuentes del proceso creativo. En Ocho y medioaparecen todas las posibilidades del arte: el espectáculo chabacano, el intelectualismo estéril, el encanto de la belleza banal, el ardid de la mentira o la ilusión y, por supuesto, el tormento individual.

Fotograma de Ocho y medio.

De entre todas estas posibilidades, la que triunfa es la sensibilidad. Este es el segundo acierto de la película. Fellini no compone un discurso teórico. No reflexiona ni ilustra acerca de lo que es ser un artista. No es argumentativo. No sigue un manifiesto ni se apega a un programa ideológico o político del arte. 

En su exploración, lo que fascina a Guido y lo hace, a la vez, perderse y volver a encontrarse, es el placer. El placer de lo femenino –las actrices del reparto son, por lejos, el puntal dramático de la película–, el placer de asombrarse ante lo desconocido, de interactuar con lo conocido y de sentirse, sobre todo, libre.

Esta sensibilidad no es, de nuevo, trágica o trascendente. Para Fellini, la libertad es lúdica y eso conduce a la producción del filme por unos caminos que entremezclan lo cómico y lo tierno (se cuenta que durante el rodaje pegó un cartel bajo la cámara que decía: “recuerda que esto es una comedia”), lo onírico con lo absurdo, lo bello con lo ridículo. Este es su tercer acierto. Los tres minutos iniciales, al igual que el magnífico final, son prueba contundente de este estado ligero y desgravado de la sensibilidad.

La marcha de opereta compuesta por Nino Rota refuerza esta visión. Sencilla, delicada, con tintes bufones y evocaciones circenses, la música refuerza el vituperio de imágenes fellinianas para que nos quede claro, más claro ahora que estamos, parece, sesenta años más graves, que son el placer y la libertad, no los retorcidos meandros de la mente o la política, los que conectan nuestra imaginación con el mundo. PP

Ocho y medio de Fellini. 1963. Director: Federico Fellini. Guion: Fellini, Ennio Flaiano, Tullio Pinelli y Brunello Rondi. Producción: Angelo Rizolli. Música: Nino Rota. Reparto: Marcello Mastroiani, Claudia Cardinale, Anouk Aimée, Sandra Milo, Eddra Gale. Italia y Francia, 146 min.

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