No hay posiblemente cineasta en Chile que tenga una tan vasta trayectoria como ella. Mujer de muchas películas y de pocas palabras, Valeria Sarmiento es mucho más que la viuda de Raúl Ruiz. Es una realizadora que habla en voz baja, que tiene ideas propias y que es dueña de una obra donde destacan más los matices que los trazos gruesos.
Por María Eugenia Meza, Héctor Soto y David Vera Meiggs
Es agosto de 2019, pero el departamento parece detenido en el tiempo. Calle Huelén, Providencia, comienzos de los años 60. Podría ser la casa de una profesora abnegada, jubilada y circunspecta. Pero no. Es el lugar que habita, cuando está en Chile, Valeria Sarmiento. Una cineasta consolidada, en cuyos orígenes todavía se reconoce a la estudiante de Filosofía que, a comienzos de los 70, ingresó a la recién creada Escuela de Cine de la Universidad de Chile, en Valparaíso.
Fue allí, antes del golpe, donde estudió y dirigió sus primeros cortos documentales (Un sueño como de colores, sobre el mundo del streaptease; Poesía popular: la teoría y la práctica, con el poeta Lázaro Cárdenas, Los minuteros, que rescata el mundo de los fotógrafos de plaza, todos de 1972; Nueva Canción Chilena, de 1973) y fue también allí donde conoció a Raúl Ruiz.
La verdad es que el departamento era de sus suegros, los papás de Ruiz. Todavía en el ambiente, en el mobiliario, en las figuritas y adornos, se siente la mano de ellos. Y también el fantasma de Ruiz, aunque esta vez sea un invitado de piedra. La interlocución es con ella, no con él.
Recién integrada como miembro de la Academia de Hollywood, Valeria Sarmiento vino a Chile para el estreno comercial de su última película, El cuaderno negro (2017), y para cerrar detalles de la llegada al público del último rescate de los filmes de Ruiz, El tango del viudo (1967-2019), del cual, dado todo el trabajo que ha tenido que hacer para terminarla, es codirectora.
El viaje tuvo también otro propósito: recibir el homenaje del Festival de Cine de Viña del Mar, que presentó cuatro títulos suyos y fue el marco donde la Universidad de Valparaíso le entregó el título de Doctora Honoris Causa.
Cronológicamente, ella es la tercera cineasta importante del cine chileno, después de la pionera Gabriela Bussenius y de la legendaria documentalista Nieves Yankovich.
Valeria Sarmiento habla bajo y en forma pausada. Su cine también es así, tanto en su factura como en su producción: “en los 42 años que ya llevo fuera, he hecho 25 películas. No es tanto. Pero tiene que ver conmigo. Yo soy así, no tengo la obsesión de ir rápido”.
El cuaderno negro (Francia, 2018) es una adaptación del guionista portugués Carlos Saboga de la novela El libro negro del Padre Dinis (1855) de Camilo Castelo Branco. Se trata de una de las partes de la trilogía Los misterios de Lisboa, que el propio Saboga adaptó para Ruiz y que se convirtió en un exitoso filme en 2010. Es también una suerte de herencia ruiciana, ya que Sarmiento encontró el proyecto revisando archivos de su marido tras su muerte.
“Cuando Raúl filmó Los misterios de Lisboa, a Saboga le encantó su trabajo y le dijo ‘te voy hacer otro guion’. A Raúl le fascinaba la idea de este cardenal (el Padre Dinis) medio mafioso, medio siniestro, que tenía un pasado largo y sinuoso. Entonces, le hizo un bosquejo de guion y eso fue lo que yo encontré.”
El cuaderno negro es, a la vez, una suerte de precuela de Los misterios y, tal como esta cinta, fue estrenada primero como película y luego como serie de televisión.
“En Portugal es siempre así”, aclara Sarmiento. “Se trata de la infancia del padre Vinis. Tuve una gran discusión con el guionista porque él quería que yo colocase un pedazo de Los misterios de Lisboa en el interior de la película. El problema es que Los misterios… se rodó en otro formato y las citas se veían raras. Parecían un flashback y pensé que el experimento no iba a funcionar”.
En el momento del hallazgo de los apuntes de Saboga, la cineasta y el productor Paulo Branco tenían la idea de llevar al cine la novela La pista de hielo, de Roberto Bolaño.
“Nunca conseguimos plata para hacerla. Los derechos, que manejaba la agencia de Carmen Balcells y que después pasaron al agente Andrew Wylie, El Chacal, se hicieron cada vez más caros y el proyecto se hizo inalcanzable. Como ya había encontrado el preguion de El cuaderno…, le propuse a Paulo hacer esta otra película. Y Paulo, que es amante del escritor, aceptó de inmediato”.
Contra lo que podría pensarse, Sarmiento afirma que no fue una producción costosa.
“No fue cara porque se filmó en Portugal y no había que pagar los derechos de autor. Y todos los palacios, las carretas, los vestuarios estaban en Portugal, salvo algunos trajes que vinieron de España. Se trabajó todo muy rápido. Y Saboga tuvo que escribir el guion porque era prácticamente una maqueta lo que había hecho para Raúl”.
Aquí la cinta gustó, aunque se dio en unas pocas salas.
En Europa El cuaderno negro tuvo críticas dispares, pero reconocieron en ella una mano inteligente, los “ejes de un cine quizá por descubrir”, como señaló un crítico. Ella misma tampoco quedó del todo feliz.
“Me quedé un poco atravesada con la experiencia. Paulo Branco estaba pasando un mal momento, a raíz de la separación con su mujer y los problemas económicos que tuvo que enfrentar. Embargos de su casa, de sus caballos, juicios y una permanente amenaza de bancarrota. Paulo ya tiene sus años y desde luego lo afectan las condiciones cada vez más difíciles que enfrenta en Europa el cine de autor”.
“Miraba con mucha desconfianza el proyecto”, continúa Sarmiento, “quería que la película funcionara en términos económicos a como diera lugar y se iba a meter demasiado a la sala de montaje. Yo, por supuesto, lo echaba. Eso nunca me había pasado ni con él ni con nadie. Y me dejó un sabor amargo. Fue un poco desagradable”.
EL ‘PASE’ DE JOHN MALKOVICH
En ese momento, Valeria Sarmiento venía de filmar Las líneas de Welligton (Portugal, 2012), que fue su primera realización tras la muerte de Ruiz. Se trata también de una película de época, en la que se entrecruzan historias mínimas, en medio de los preparativos para la batalla donde el Duque de Wellington derrotó a las tropas napoleónicas y puso fin a la ocupación francesa en Portugal.
El filme fue escogido por Portugal para representar al país en la competencia a la mejor película extranjera en los premios Oscar, quizá como una forma de salvar la culpa de no haber presentado en su momento Misterios de Lisboa, que había sido estrenada en Estados Unidos con bastante éxito y se vislumbraba como candidata.
“Es el mea culpa que hicieron después. Por eso presentaron Las líneas… Hacer esta película fue importante porque era un homenaje a Raúl, y tuve muchos medios, cosa que nunca había pasado. Todo el mundo estaba con muchas ganas de trabajar y creo que Raúl nos acompañó en espíritu. Todos teníamos ganas de hacerle un homenaje. Había una cosa bonita en el plató, medio emocional. Varios actores que vinieron especialmente: Michel Piccoli, Catherine Deneuve e Isabelle Hupert… Todos querían hacerle un guiño a Raúl”.
En su génesis, el proyecto iba a estar a cargo de un cineasta portugués, mientras Ruiz filmaba Los misterios de Lisboa.
“Pero ese cineasta se peleó con Paulo Branco y el episodio fue terrible. Como Raúl había terminado Los Misterios de Lisboa, le preguntó si le interesaba hacer Las líneas… Y le dijo sí. Fue entonces a Portugal; pero ya estaba mal. Muy débil y me dijo que lo iba a tener que ayudar para sacar la película adelante. Después se fue a París y murió. Posteriormente Paulo Branco le ofreció el proyecto a John Malkovich, que finalmente encarnó a Wellington, y él le contestó ‘no, tiene que hacerlo Valeria’. Paulo aceptó, pero siempre estuvo vigilando todo porque era una realización larga y cara”.
Pese a eso, y aunque el filme requería movilizar gran cantidad de extras y utilería de época, para ella fue una experiencia agradable.
“Me fue fácil y entretenido hacerlo. Era más importante dimensionar el efecto bélico en la población civil, que a mí me tocaba más como tema, que la guerra misma. El director de fotografía fue André Szankowski, un hombre joven y encantador. Es el mismo que hizo Los misterios de Lisboa”.
Al igual que en otras ficciones de la cineasta, hay en la fotografía una clara intención pictórica, la que se materializa no solo en la imagen, sino también en la presencia de un pintor cuya obra es siempre rechazada displicentemente por el Duque.
“Nos basamos en los dibujos de un pintor suizo, que pintó toda la época y al que le rechazan los cuadros. Me encanta la pintura. En mis películas siempre he trabajado el color, ya sea usando el technicolor americano, que en mi época ya era anacrónico, o los colores de la santería, o eliminando un color básico, como en Amelia Lopes O’Neill o en El cuaderno negro. Son recursos que dan una sensación de irrealidad”.
La música estuvo a cargo de Jorge Arriagada, el sempiterno autor de las bandas de sonido ruicianas. Incluso algunas canciones que podrían parecer netamente portuguesas son del chileno residente en París. “Todo fue escrito por Arriagada, que se inspiró en canciones portuguesas de la época”, dice Sarmiento que ha continuado trabajando con el compositor.
ARQUEOLOGÍA RUICIANA
Comercialmente, a Las líneas… le fue bien, pero desconoce el resultado de taquilla de El cuaderno negro. La verdad es que vino a Chile a terminar con el rescate de El tango del viudo, filmada en 16 mm por un joven Ruiz de 25 años. Era su primer largometraje y fue financiado por el Cine Club de Viña del Mar, que dirigía Aldo Francia. El guion se basaba tanto en el poema homónimo de Pablo Neruda como en El fantasma y la señora Muir, novela de Daphne du Maurier. En el primitivo staff estuvieron el productor Olinto Taberna y el director de fotografía Diego Bonacina, ambos argentinos. Como dato curioso, y según un artículo de la época, la cámara la prestó el sonidista Giorgio di Lauro. Fue protagonizada por Rubén Sotoconil, en el rol de Clemente Iriarte, el viudo; Luis Vilches, en el rol de su sobrino y Claudia Paz, todos ya fallecidos. El omnipresente Luis Alarcón es Silva, un amigo, cuya esposa fue interpretada por Delfina Guzmán. Y Shenda Román es Lola, amiga de Clemente.
Tras el rodaje, Ruiz llevó el material a un laboratorio de Buenos Aires, con la intención de sonorizarlo. Sin embargo, gastó el dinero destinado a ello en el traspaso del material a 35mm. Y los rollos quedaron por décadas en distintas casas. En 2008, en un cine del centro de Santiago la mostró a un grupo de amigos. Allí quedó hasta que Valeria Sarmiento les habló de ese copión a los socios de Poetastros, Chamila Rodríguez y Galut Alarcón, mientras montaban La telenovela errante.
“Va a quedar un ovni; pero ha sido un trabajo bonito. Es una película extraña. Imagínense, se filmó el año 67. No había guion para que nosotros pudiéramos seguir la historia y tampoco diálogos. Entonces vinieron tres sordas de nacimiento, expertas en lectura de labios, a tratar de descifrar los diálogos. Y nosotros parchamos, porque los actores no se acordaban de nada. Así fuimos armando la cosa”.
Fue muy difícil también porque parte del elenco ya no existe y los sobrevivientes –Alarcón, Guzmán y Román– ya no tienen la misma voz. La música, como es natural, es de Jorge Arriagada, quien usó elementos poco convencionales, como el serrucho y el theremín, primer instrumento musical electrónico, que se toca sin ser tocado y fue creado en 1919 un físico ruso que le legó su apellido.
“Como la película es de época, de los años 60, se siente antigua, un poquito rayada todavía, en blanco y negro, y esta música súper moderna recrea justo lo que se necesitaba, una especie de explosión”.
El tango del viudo y su espejo invertido, título que alude al trabajo de Sarmiento de armar el puzzle de tomas encontradas, muchas de ellas repetidas como en espiral, es otra de las tantas obras y proyectos que Ruiz dejó en sus archivos. Entre ese material quedaron unas 200 libretas con diarios de vida, cerca de 500 poemas, varias novelas y unas cien obras de teatro.
REMEMORANDO VALPARAÍSO
Detrás de la lluvia es el nuevo proyecto que llevará a cabo Valeria Sarmiento. Espera filmarlo y ya tiene apoyo francés. También la postuló al Fondo Audiovisual del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio.
“A ver si sale algo. Tenemos a Francia, que apoyan la postproducción; pero como eso no basta habrá que ver la posibilidad de comprometer a Ibermedia, España. En Francia no se puede presentar una película hablada en otro idioma y sería impresentable filmar en Valparaíso en francés… La cinta se basa en una idea antigua, que escribí el año 96 y la guardé porque estaba cruzada por muchas cosas personales. Cuando estábamos terminando la recuperación de El tango del viudo, la productora, Chamila Rodríguez, me preguntó si tenía algún proyecto. Entonces le hablé de este. Y le pedí a Omar Saavedra que me escribiera un guion. Le quedó un thriller muy bonito y absolutamente porteño”.
La historia se desarrolla entre cerros y locaciones como el recién restaurado cine Condell, al que ella se escapaba para ver películas en sus años de colegio. El título, de hecho, está tomado de un diálogo real con su mamá, tal como lo contó en entrevista de agosto del 2019 con María Olga Matte (www.culturizarte.cl):
“La primera vez que fui al cine fue muy emocionante para mí, porque me acuerdo que cuando entramos, estaban dando los noticiarios. Y los noticiarios estaban absolutamente rayados. Entré al cine y al ver la pantalla le dije a mi mamá: ‘mira mamá, está lloviendo’, porque se veía como lluvia. Y mi mamá me dijo, ‘no, tienes que mirar detrás de la lluvia’”.
“De ahí viene el título: Detrás de la lluvia. En la historia es la abuela de la protagonista quien dice la frase. Yo iba mucho al cine por entonces. Hacía la cimarra y me iba al Condell. Para que no me vieran en Viña, me iba a Valparaíso, al Real, al Brasilia, al Colón, al Velarde, al Condell. Ahí vi Hiroshima, mon amour e Internado de señoritas, con Romy Schneider”.
“En Valparaíso viví hasta los 20, 21 años, y era muy cinéfila. Tenía un padre que se iba todos los días al cine. Mi papá salía del trabajo y llamaba a mi mamá por teléfono y yo estaba al lado de ella. Si había hecho las tareas podía acompañarlo. Y si no, iba los domingos al Palermo, en Recreo, y veía dos películas. Era genial. La cartelera en esa época era extraordinaria, porque estaba lo mejor del cine americano, que era el realizado por los europeos en Estados Unidos, y el cine europeo que llegaba”.
“Me acuerdo haber visto a Fellini, a Bergman. Era increíble. Ahora veo muy poco cine porque encuentro que todo está muy mal. Los mamotretos norteamericanos no me interesan. He visto, sí, buenas películas chilenas. Me gustó El futuro de Alicia Scherson; Rara, de Pepa San Martín, cuyas actrices niñas son muy buenas; Una mujer fantástica, que me convenció sobre todo por la actriz, lo mejor de la película”.
Pese a la carga personal en juego, el filme no tendrá un tono nostálgico. Se trata de un thriller sobre el crimen sexual de una niña, contado desde la perspectiva casi absoluta de personajes femeninos.
“EL CAMPO PARA LAS MUJERES ESTÁ DIFÍCIL”
Pese a que las mujeres han sido el eje central de la obra de Sarmiento, la realizadora no tiene un pensamiento militante, y minimiza su mirada sobre los personajes femeninos que ha encarado, centrándose en épocas pasadas. Aunque asegura que esa remisión al pasado tampoco es deliberada.
“No, es algo que se ha dado… Pero en la próxima y en Secretos los personajes son actuales. Y Carlos Saboga escribe hermosos personajes femeninos, a los que yo siento que les doy más carne. De eso se trata, simplemente. Por cierto, fuerzo un poco la mano para hacer que los personajes de mujer tengan más vida”.
“Eso es todo. Creo que las películas son películas no más, no tienen género. Son como los libros: a veces se siente que está escrito por una mujer y otras veces, no. En el cine es igual. Y ojalá no se sintiera el género. Hay hombres que han trabajado temas de mujer maravillosos… Por ejemplo, Desde ahora y para siempre de John Huston, basada en el cuento Los muertos de Joyce”.
“Por otra parte, siempre se dice que las mujeres tienen preocupación por el detalle, pero también hay cineastas hombres que lo tienen. Manoel de Oliveira es el ejemplo perfecto. Obligaba a preparar la comida de época y tenía que hacerla un cocinero que recreara la receta, porque decía que en la cara de los comensales se iba a saber que lo que comían era de época. Sí, me preocupo de los detalles, pero creo que en hombres y mujeres hay esa preocupación. Visconti también era así”.
Lo anterior, no implica que se abstraiga de los movimientos feministas de la actualidad.
“Yo siento que las mujeres tenemos que tratar de tener un lugar más cómodo en el mundo; porque por el momento es bastante incómodo. Sufrí bastante el problema, porque era la mujer de Raúl. Cada que yo presentaba algo, se decía ‘¿vamos a alimentar a toda la familia Ruiz?’. Había ese tipo de cosas, que todavía suceden. Aún hoy el horizonte no está muy liberado para las mujeres. Sigue estando difícil”.
Difícil también ha sido para ella salvar los escollos asociados a su condición de extranjera.
“Solo en Portugal no he tenido problemas a este respecto. Portugal es muy especial. Para Las líneas de Wellington todo me fue fácil, no sé si porque tuve excelentes asistentes. Para mover a la gente, por ejemplo, cuando el ejército va caminando y la población escapa, había un asistente que se disfrazaba de figurante para guiarlos”.
“En Portugal nunca he tenido problemas. Cuando vine a filmar Amelia Lópes O’Neill, con el director de fotografía, el francés Jean Penser, nos agarrábamos de las mechas porque no soportaba que le diera indicaciones o lo criticara. No sé si por el hecho de ser extranjera o ser mujer o por tener acento, en Francia ha sido mayor la dificultad. Con los portugueses yo hablo francés y ellos también tienen acento. O si no, hablamos español”.
DE DULCE Y DE AGRAZ
Sin embargo, salvo el tiempo que residió ahí con Ruiz cuando ya estaba enfermo, nunca vivió en Portugal. En Francia ya lleva más de 40 años y cuando viene a Chile –como suele reconocer en todas las entrevistas– se siente un poco extraña. Incluso le desconciertan los continuos cambios del léxico local.
No son sus únicos desencuentros. También los ha tenido con la televisión local. En Poetastros no lo pasó mal. Pero con la serie Casa de Angelis, por la cual, sin apoyo de ningún canal, en 2014 la productora Suricato recibió el fondo del Consejo Nacional de Televisión, adjudicándose 481 millones de pesos, las cosas se complicaron cuando TVN quiso intervenir el proyecto y ella no lo aceptó. Incluso quiso devolver el financiamiento.
Al final cambió el jefe de producción de TVN, el canal volvió a interesarse en la realización y respetó su autonomía como creadora. Pero igual Casa de Angelis –una mirada a la realidad de mujeres de clase media-alta y proletarias de mediados del siglo pasado– estuvo dos años guardada. Serie de diez capítulos, protagonizada por Paulina Urrutia, Catalina Saavedra, Daniel Muñoz, Valentina Muhr, Tiago Correa y Ángela y María José Prieto, este trabajo volvió a remitir el cine de Valeria Sarmiento al mundo de las mujeres de otra época.
Bien podría ser uno de los rasgos constitutivos de su cine. Diario de mi residencia en Chile, Maria Graham (2013), sobre la vida y testimonios de la viajera y escritora inglesa en el Chile de comienzos del siglo XIX, fue un trabajo en la misma línea. Se trató de una serie de cuatro capítulos que Chilevisión produjo junto a Suricato, igualmente con el apoyo del CNTV para, después de mucho tiempo, programarla en un horario incomprensible: tras la última edición del noticiero.
Para las recreaciones de época, la cineasta usó los dibujos de Graham y dioramas como fondo de las actuaciones de la inglesa Miriam Heard (quien también fue responsable del guion) y del equipo actoral que integraron Sean O’Callaghan, Daniel Guillón, Chamila Rodríguez, Diego Casanueva, Pablo Krögh, Pedro Vicuña y Marcial Edwards.
Después, sobre la base del mismo material, la cineasta compuso una película más corta y que a ella le gusta más, entre otras cosas, porque pudo remover el veto de la tele, logrando que tanto Maria Graham como Lord Cochrane hablaran en inglés.
Está claro que Valeria Sarmiento ha hecho muchos trabajos para la televisión. Sobre todo para las de Francia y Portugal. También para la televisión alemana. Pero no siempre las cosas han sido fáciles. Cuando filmó el documental Cuando el hombre es hombre (1982), en Costa Rica, el gobierno publicó una carta en Le Monde acusándola de tergiversar la realidad del país, dando voz solo a asesinos y putas.
Otro tanto le ocurrió en Cuba, donde rodó el largometraje de ficción Rosa la China (2002). En esa oportunidad el incordio fue porque trabajó la música con Paquito Rivera –un “comemierda” para el oficialismo- y eso le valió la animadversión del régimen.
AMOR POR LOS GÉNEROS
Otro aspecto conocido de Sarmiento es su interés en los géneros, sobre todo en aquellos que conectan con la sensibilidad popular.
“He hecho novelas rosa, policiales, melodramas. Me encanta la literatura popular, porque yo creo que siempre se pueden tomar esas novelas y hacer algo entretenido. Welles, sin ir más lejos, lo hizo con La dama de Shangai, que era una novela popular. Siempre me gustaron los cineastas melodramáticos, tipo Douglas Sirk. Siempre me conecté bien con el género policial. Fritz Lang hacía policiales extraordinarios”.
“Me gusta dejarme llevar por el género. Cuando hice Mi boda contigo, la gracia es que logré que Corín Tellado estuviera ahí y te dejaras llevar por la emoción. Sin embargo, también te reías y te salías de la convención. Ese juego de entrar y salir del género me encanta. Creo que yo soy así, el carácter mío es así. Estoy y no estoy. Las actrices en mis películas me han acompañado mucho en ese juego. Se dice que las francesas son frías; pero no se equivoquen: más bien son melodramáticas”.
Aunque a lo largo de su carrera, que en realidad reúne arriba de 50 títulos, Valeria Sarmiento ha sido montajista, guionista y directora, hoy dice que dirigir en lo que más le gusta.
“Ser guionista me entretiene; pero lo paso mejor dirigiendo. El montaje lo hacía para Raúl porque él me lo pedía y me entretenía hacerlo, nada más. Pero trabajé con Luc Moullet y con Robert Kramer y no me entretuve para nada. Con Raúl sí, porque a los dos nos gustaba buscar soluciones; porque él filmaba con plata, poca plata, muy poca, y siempre había que acomodar el montaje a eso”.
“Era todo muy desafiante y nos divertíamos. Pero la verdad es que nunca quise ser montajista. No monto ni siquiera mis propias películas, Menos ahora con la técnica y con todos los modernos sistemas para montar… Yo amo el celuloide, echo de menos la película: tú podías mirarla y decir aquí corto. Hay un problema con el actual montaje: demasiadas versiones; el actor dice ‘quiero una versión’, donde sale mucho; el productor quiere otra en que se ve que se ha gastado mucho; el director, otra. Y al final se termina haciendo una versión que no es ni chicha ni limonada, una mezcla de todas las versiones y eso es no me gusta y tampoco me interpreta”.
Al final de la conversación, Valeria Sarmiento responde si alguna vez ha estado en el paraíso o en el infierno.
“Sí”, dice, “estuve en el infierno con la muerte de Raúl. Fue muy duro el proceso; muy largo además. Fue un año esperando la muerte… un tiempo muy duro. Fui obligada a salir rápidamente, para hacer Las líneas de Wellington. Y eso fue bueno. A los seis meses ya estaba filmando de nuevo”.
“No obstante eso, siempre supe que la muerte de Raúl era cuestión de tiempo. Cuando le hicieron un trasplante de hígado, en Portugal, porque en Francia no calificaba por tener ya 69 años, estuvo a punto de morir. Sobrevivió pero en condiciones muy precarias, con fiebres recurrentes durante todo un año. El desenlace era inevitable”.
En Valeria Sarmiento el pasado pesa, pero no agobia. Representa menos edad de la que tiene y disfruta de lo que está haciendo con El tango del viudo. Dice que, puesta a elegir, se queda con sus dos últimas películas entre todo lo que ha filmado. En el departamento que fuera de sus suegros el tiempo podrá haberse detenido, pero aquí y allá hay toques suyos: algunos nuevos cuadros de pintores amigos; un hermoso textil de Paulina Brugnoli, esposa del guionista y crítico José Román, amigos de toda una vida; tres dibujos de Raúl Ruiz en un pequeño marco. Lo suficiente. Para estar y no estar. PP