LAS DOS GLORIAS
En inglés existe un dicho que encierra sabiduría y pragmatismo: “If it’s not broken, don’t fix it”: si no está roto, no lo arregles. Gloria Bell, la versión hecha en Hollywood de Gloria, parece haber sido creada bajo esa máxima.
En inglés existe un dicho que encierra sabiduría y pragmatismo: “If it’s not broken, don’t fix it”: si no está roto, no lo arregles. Gloria Bell, la versión hecha en Hollywood de Gloria, parece haber sido creada bajo esa máxima.
Este artículo revisita nueve filmes nacionales (siete largometrajes de ficción y dos documentales) que pueden contener señales de la -a veces subterránea, hoy explicita- tensión colectiva de la sociedad chilena. No somos los primeros en realizar este ejercicio: hay que reconocer el crédito a CineChile. Pero hemos tomado la posta, partiendo de algunos supuestos.
La odisea de los giles, como una suerte de comedia con ribetes de tragedia, muestra mediante una clásica estrategia coral, como un pintoresco grupo de ciudadanos se convierte en una banda de forajidos. Y todo esto en el marco de una Argentina ultra pauperizada, y cuya imagen más recurrente es la del “corralito”.
Por sus dimensiones temporales desaforadas esta película podría resultar apabullante, pero afortunadamente no se siente siempre esa longitud. Cabría preguntarse si el relato se justifica durante tantas horas, o si se trata de otro caso de megalomanía creativa, de esa que surge puntualmente en ciertos territorios de nuestra inmensa geografía americana.
Hacer arqueología fílmica, a partir de un hallazgo casi milagroso, reconstruir y crear son tareas mayores. Son las que asumió el equipo liderado por la realizadora Valeria Sarmiento, la actriz y productora Chamila Rodríguez y el montajista Galut Alarcón tras ser encontrados los rollos de El tango del viudo (1967), mítico y perdido primer largometraje de Raúl Ruiz.
Existe en el espectador la tendencia a sobreponer expectativas propias en las obras fílmicas. Más cuando se trata de películas cuyos argumentos harían suponer una mirada ideológica a tiempos históricos relativamente recientes. O cuando giran en torno a personajes reales y emblemáticos. Quien ve el filme espera encontrar un acercamiento acorde a sus pensamientos, postulados y vivencias. Esto sucede con Araña de Andrés Wood, estrenado en 2019 y perfectamente vigente.
Con seguridad, el cineasta nacional es uno de los que con mayor presteza, talento e intuición ha desplegado un cine de género. Esto, que pudiese parecer solo un conjunto de reglas convencionalizadas, es su marca de fábrica, que le permite mirar con agudeza ciertas marcas identitarias, como el popular barrio de Patronato en Kiltro o un “superhéroe” chileno en Mirageman: son algunas pinceladas de su gusto por el género, y de lo que él denomina el “factor chileno” en sus películas.
Pensar que se le puede exigir a un estudio un estilo coherente o una línea ideológica reconocible es una deformación, un error algo naif, una malcrianza derivada –tal vez– de creer que un logotipo pueda ser algo como una escuela artística. Pero aún así, visionando la evidencia pura y dura, Pixar fue hasta Up una promesa de la no fórmula, de la anti escaleta, del arco dramático con meandros, del hacer películas que no trataban sobre temas.
Entre las decenas de nuevas producciones que Netflix estrenó, figuraron tres películas estadounidenses que abordan historias del pasado que –sin haberlo planificado originalmente así–terminaron aportando a la reflexión sobre el presente de ese país, puntualmente en el marco de las agitaciones sociales que se gatillaron a lo largo de Estados Unidos a partir de mayo, con la muerte de George Floyd. Se trata de 5 sangres, El juicio de los 7 de Chicago y Campamento extraordinario.